martes, 30 de junio de 2020

PLATOS

PLATOS 
Cuando naces con la maldición de ser ordenada un lavavajillas te parece el súmmum de la perfección. 
Arriba tiene un cajón estrecho y compartimentado milimetricamente para disponer la cubertería sin que se despeine al pasar por el agua.
En medio se ponen los cacillos, cuencos y fuentes y abajo los platos de mayor a menor: llano, sopero y postre. Tras ellos la olla grande o la sartén.
Mirándolo tan bien dispuesto se asemeja a un joyero; le doy al botón y su run run me acompasa la sobremesa sin alterarme.
La lumbre viene de un cristal mágico que se limpia con un paño y cold creme para hornillas, nada que ver con los quemadores ennegrecidos que me mandaban escamondar cuando niña con asperón y limón hasta volverlos oro.
Aún lavo a mano algunas piezas delicadas como la vajilla de mi abuela o las copas buenas, excepción merecen.
Recoger la cocina cuatro veces al día diluye el carácter aunque espero desde hace años que salga a la venta un robot igualito que “el hombre bicentenario” para endiñarle las labores del hogar mientras yo hilvano historias o me rasco.
Pérfida monotonía.
D. W.  (“Lo cotidiano”)


lunes, 29 de junio de 2020

EL AÑO EXTRAVIADO

EL AÑO EXTRAVIADO 
Con las uvas preparadas para atragantarse el país entero despedía los últimos doce meses esperando ingenuamente que la próxima docena le saliera más buena. 
Iba amaneciendo el uno de enero según la rotación que el globo terráqueo disponía cuando las calendas saltaron de 2019 a 2021. Ni rastro de 2020.
Los científicos del observatorio de Paris se volvieron locos trasteando los relojes atómicos, esos que dicen retrasarse un segundo cada treinta mil millones de años. Sus jactanciosos colegas americanos teniendo en Washington “el reloj que pone en hora al mundo” acabaron con la reserva de donuts por la ansiedad.
Hasta probaron a darle una patada como a las máquinas expendedoras cuando no sueltan el sándwich pero nada.
El MÁSTER CLOCK la había cagado.
Ya se sabe que en los relojes de gran esfera el tiempo va más lento en la mitad de arriba que en la de abajo por mor de la gravedad, pero eso de perderse todo un año no había pasado nunca desde que al humano le dio por datar los acontecimientos y celebrar cumpleaños sorpresa, jodiendo al interesado en no aventar tal aumento de cifra vital.
Los eruditos y entendidos, las mentes más preclaras de la ciencia y la tecnología y hasta los relojeros del Big Ben y de la Puerta del sol reconocieron, ya a finales de junio, que 2020 jamás nació.
Fue un varapalo porque hubo que retirar cantidades ingentes de calendarios con esos dígitos pero la vida siguió.
Indecente fue el espectáculo que dieron los dirigentes culpándose unos a otros aunque asegurando que el percance no tendría consecuencias. Los expertos reconocieron humildemente que el tiempo puede medirse pero no controlarse.
“Tempus fugit” libremente.
 D. W. 
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 26 de junio de 2020. 

sábado, 27 de junio de 2020

SAN JUANITO

SAN JUANITO 
Lo único que dejó Encarna al abandonar este mundo fue una ingenua figura del Bautista niño, se lo confió a su vecina Amparo que veló por ella en sus últimos meses.
_”Pídele lo que necesites, ques mú milagroso”, fueron sus últimas palabras.
Amparo lo puso sobre la cómoda, desde allí dominaba el dormitorio pareciendo mirarla con sus ojos de cristal oscuro rodeados por pestañas de pelo natural. A la luz incierta de la mariposa parecía vivo y le acariciaba la cara, las manitas, los pies descalzos... hasta le cosió una túnica de paño porque se figuraba que tendría frío en invierno.
Ella le confesaba su anhelo: “¡ay San Juanillo si yo pudiera tener un rorro con tus ojos...”.  La mujer llevaba ocho años casada y no había quedado jamás encinta. “San Juanillo, con tóa mi alma te lo pío, ¡dame un niño a quien queré!”. Su marido la consolaba diciendo que si no estaba de Dios con tenerse el uno al otro bastaba pero lo deseaba tanto como ella.
Había hecho novenas e incluso ido a Carratraca a tomar aguas que despertaran su fecundidad; de nada sirvió el dispendio, su vientre siguió plano y aumentado el desconsuelo. 
Una noche sintió que una mano fría y diminuta le acariciaba el rostro, asustada abrió los ojos y vio a San Juanito sentado a su vera, en el filo de la cama y con las piernas cruzadas como los hombres en el casino.
—Amparito, me mandan a decirte que pronto tendrás quien te llame madre, no penes mas.
Dicho esto y después de besarla fugazmente en la frente volvió a la cómoda de un salto.
Despertó agitada, sin saber si fue sueño o aparición. Aún no clareaba y por la ventana entreabierta entraba un vientecillo burlón que vareaba los visillos.
Notó frío y fue a cerrarla, estremeciéndose al sentir todo su ser enervado.  Se metió en la cama buscando el cuerpo de su esposo para templarse y lo halló. Fue una entrega total y alegre por la convicción que del encuentro saldría una vida, jamas él había sentido la piel de su mujer tan dulce ni sus senos más bravos. Tras la unión, abrazados aún, se miraron a los ojos convencidos de que su querer valía más que el oro. 
Nueve meses después llegaba una vecinita nueva al mundo. En el corralón se celebraban con mucha alegría estos acontecimientos, sobre todo porque era la Amparo, a quien creían seca, la que brotaba.
Las comadres que lavaron a la niña se asombraban de sus pestañas dobles tal las que adornaban a San Juanito.
Amparo cantaba, rebosante de ventura y leche:
“A la nana nanita de niña chica
dedalito de plata y margaritas
A la nana nanita de la perdiz
Que mi niña Juanita se va a dormir”.
D. W 


martes, 23 de junio de 2020

DE HIGOS Y CONJUROS

 DE HIGOS Y CONJUROS 
Frutas de San Juan son los hijos de la higuera que a precio de oro se pagan la víspera del santo.
Cuando era chica un vecino generoso las traía en una canasta sobre las ásperas hojas que vistieron a Eva, mi abuela trinitaria al verlas arrancaba a cantar:
“Estando cohiendo breva 
una cayó en el ombrigo 
Si llega a caé má pa abajo 
Se ajunta breva con higo”
El veinticuatro al mediodía recorría los rincones de la casa ahumándolos con un manojo de romero seco prendido y mascullando el arcaico conjuro:
“Romero santo, santo romero
Que salga lo malo y que entre lo bueno”
Había que procurar no equivocarse y abrir la puerta a lo que no debía pasar. Yo la seguía ojiplatica y expectante agarrada a la punta de su delantal esperando ver salir el mal en forma de alacrán y entrar la dicha encarnada en polilla vistosa.
Aunque “lo bueno” era comerse los higos chupeteándolos.
Con diferencia.
D. W.
*En el año de la pandemia, 23 de junio de 2020


DESAYUNO EN VIVO

DESAYUNO EN VIVO 
No, nunca me ha gustado desayunar en la cama, me recuerda a cuando estoy enferma sin hablar de las migas que rascan después. 
De esta opinión no son los gatos que agasajan a sus amos con las presas que atrapan, “mira lo que he cazado para ti” dicen orgullosos dejando el botín sobre la almohada. 
Puede que te despierte con un sensual ronroneo y al abrir los ojos veas en su hociquito un pájaro o ratón aún vivos, entonces las carreras por toda la casa para tratar de salvar al “desayuno” son épicas saldándose a veces de manera cruenta, el felino rompe el cuello de su víctima antes de soltarla.
A veces se llega a tiempo y tu gato deja de hablarte una semana. O “se olvida” la cabeza de una salamanquesa en el plato ducha, lugar vulnerable pues una pisa descalza.
No es maldad sino instinto, y solo la costumbre nos impide tomar fritos al cigarrón o cucaracha que nos traigan para la colación.
Mi Bess, una gata negra de trece años más lista que el hambre dejó hace tiempo esa costumbre, harta del desprecio con que eran recibidas sus atenciones. 
A veces la veo bajar las escaleras como lo haría Josephine Baker,  se detiene, me mira y se relame.
Concluyan ustedes.  
 D. W.    (“Lo cotidiano”)

lunes, 22 de junio de 2020

CUANDO LAS COLCHAS ADORNABAN LOS BALCONES ( 1971)

CUANDO LAS COLCHAS ADORNABAN LOS BALCONES  (1971)
En el barrio de la Trinidad se recibía junio con alegría, no era para menos trayendo su fiesta; la llamaban “Corpus chiquito”  aquellos que solo tenían grande las ganas de salir palante con poco más que salero. En mayo se encalaban fachadas y patios poniendo cada uno sus perrillas pá la cal y se arreglaban las macetas.
La mañana del domingo onomástico amanecían las calles limpias, baldeadas la víspera. Eugenio, el quincallero, era el encargado de levantar un altar al principio de la calle, también orientaba a las vecinas en el adorno de los patios. Por ser sarasa tenía un gusto exquisito, amén de mucha maña para amortajar a los difuntos.
Me gustaba bajar con las niñas mayores a ver si las colchas que adornaban los balcones estaban bien colocadas: “échala má pa yá” o “remete que cuelga”.
Inolvidable olor a naftalina e incienso. Las prendas del ajuar eran para estos casos, la visita del médico y el puerperio de su dueña.
Llegaba el cura bajo palio sosteniendo la custodia con las sagradas formas y parando en los portales donde había impedidos que administrar comunión. Mientras el sacerdote cumplía los que sostenían el toldo se echaban un pitillo, solían ser vecinos destacados por su mejor posición económica o disposición capillita. El caso es que se consideraba honor por una vez hacerle sombra a la iglesia.
Nuestra impedida se llamaba María Josefa y no salía jamás de su sala, era una pasita que no daba ruido la pobre, su sobrina le llevaba la comida cada día. Casi ciega y sorda, sin tele, radio ni libros porque aunque hubiese tenido no sabía leer, pasaba sus días esperando a la muerte y rezando. La visita del cura la sacaba de su triste limbo una vez al año. 
El momento álgido era por la tarde cuando procesionaba la Virgen, antes se despejaba la calle para que cupiese el trono. El quincallero recogía sus preciosos jarrones de calamina y las ricas telas prestadas para el altar, no fueran a desgraciarse; las  colchas volverían ventiladas al baúl revestido de lata coloreada. 
Ese día se almorzaba un arroz, en casa naturalmente; pocos tenían para el bisté con papas en cualquier bar de calle Mármoles.
La chiquillería que ese año había hecho la comunión daba el toque de ingenuidad, engatusados con la posibilidad de volver a vestirnos de reinas o mariscales nos hacían desfilar varias horas, calladitos y con las manos en postura pía. Yo fui contenta aunque pronto me cansé, con siete años recién cumplidos me imaginaba seria algo más que verle el cogote velado a la que iba delante. Para colmo no me dejaron tomar una Mirinda por miedo a mancharme los organdiles.
Menos mal que me sacaron antes del recorrido y fuimos a Casa Luis, una heladería entrañable en la calle del Tiro.
La felicidad sabía a tutti frutti y costaba tres pesetas.
D. W. 
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 19 de junio de 2020.


domingo, 21 de junio de 2020

VEINTIDÓS

VEINTIDÓS 
Se despertó sudando, había soñado estar negociando con la Muerte el día de su propio óbito.
Venia a buscarlo pero él, ducho en diplomacia gracias a su trabajo en Recursos (in) Humanos de una multinacional logró prórroga: “Cuando los niños crezcan y la hipoteca esté pagada, además mi mujer se llevaría un disgusto”. 
Curiosamente la Parca aceptó, “Vendré por ti durante el 2022, haz tus preparos”.
Después del desayuno y advertir que para ese año quedaban quince no le dio más vueltas al asunto.
Llegó 2020 con su pandemia y el trato volvió a rondar su cabeza.
Dábase la circunstancia que desde “la anunciación” hasta la  presente se había divorciado y hasta anulado el vínculo con quien decía no querer apenar, finiquitado la hipoteca y emancipado sus hijos.
Espera su hora con tranquilidad disfrutando los momentos con fruición. Es inmortal hasta las primeras horas del año pactado.
Se alegra de no tener que verse ajado y dependiente. No es que a su edad vaya a dejar ya un bonito cadáver pero no hará mal papel como difunto. 
Los deudos podrán decir: “que pronto se nos ha ido y que bien dejó dispuestas las cosas”.
Lástima no poder asistir al propio entierro.
El problema es que ha vuelto a enamorarse y le parece estar estafando a su pareja. Ella quiere bodorrio y por los atrasos del  confinamiento no hay hueco en la Iglesia en dos años vista.
Su futura está contratando el mejor hotel, la orquesta más solicitada, el fotógrafo de vanguardia...
Las galas nupciales se las harán en un atelier de París y como viaje de novios fantasea con trotar por el mundo ahora que dicen que es plano. 
No va a desilusionarla, que lo goce planeando un futuro que cree cierto, ella lo conoció generoso aunque ignorando que lo era por conocer su fecha de caducidad, no va a arruinar su reputación siendo un sieso.
Ahora que como se quede sin morirse tendrá que suicidarse; no podrá con tantas facturas. 
A la Huesúa no la marea nadie. 
D. W. 
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 19 de junio de 2020. 


miércoles, 17 de junio de 2020

EL TRECE PÁ SAN ANTONIO

EL TRECE PÁ SAN ANTONIO 
Podía decirse a boca llena que Anita era una preciosidad de mujer y también que no tenía novio ni se le había conocido aunque desde que floreció se vio rodeada de un enjambre de aspirantes; sus padres le auguraban un matrimonio espléndido entre tanto donde escoger pero empezaron a preocuparse cuando, cumplidos ya los veintisiete, no veían atisbo de noviazgo alguno.
Ellos querían dejarla bien colocá, con un marido que la mantuviera sin faltas y le hiciera hijos, báculos de la vejez. Quedarse mosita viéha era el peor destino para una mujer.
_”Pero... ¿por qué no te acomoda ningún hombre”.
_”Porque miro a las casás y se me quitan las ganas, madre, barriga tos los años y ninguna libertá ná más que pa ir a la novena. Sin mentar a los maríos que zurran...”.
_”Mira, niña, al hombre hay que saberlo manejá, mientras meno tiempo esté en la casa má tranquila con tus sijos. Verás cuando seas madre como querrás al pedacito de tus entrañas...”
_”¡A cambio de aguantá al cacho canne del papá... !”
_”Anda, échate el mantón que vamos a vé una casa novia por si te entran ganas”.
Era usanza que las que iban a casarse enseñaran su hogar, en aquellos tiempos resumido en sala y alcoba.
La futura presumía del ajuar que había cosido desde que vio su primera sangre poniéndose colorada cuando abría el cajón de la ropa interior, prendas delicadas que en la práctica no llegaban a usarse, intimidad y figura se perdían al año cuando llegaba el primogénito.
Las mocitas casaderas pedían besar el culo del orinal que descansaba, orondo y sumiso a su destino, bajo la cama. Según una tradición un tanto asquerosa, el gesto garantizaba casarse antes de un año.
Anita se negó a hacerlo.
_”Otra igual que tú, Irene”, dijo la novia dirigiéndose a una de sus primas. La contrayente sabía que su prometido había pretendido a Anita recibiendo calabazas, “mejó pa mi” pensaba, pero en el fondo le soliviantaba el que a ella le pareciera  exquisito lo que otra desechara, la envidia por su belleza se volvió desprecio, “se cree más que nadie y acabará sola, preferible é tené un marío corriente que ninguno”.
Costumbre era también que las solteras hicieran la cama de los novios, Anita e Irene, las ovejas negras, se pusieron a ello. 
Una guasona entonó:
“San Antonio milagroso
yo te suplico llorando
que me des un buen esposo
porque ya me estoy pasando”.
Las carcajadas sonaron como cascabeles mientras las dos aludidas se miraban reconociéndose la una en la otra.
Se rozaron las manos con la excusa de dejar impecables los encajes del embozo y fue al enfundar la almohada cuando ambas sintieron en la barriga las cosquillas que dicen hace el amor, adivinando lo que nadie les había enseñado.
Fue la invocación al santo casamentero lo que las juntó así que nada pecaminoso vieron en su cariño.
Extrañó que alquilaran un cuartito donde poner su taller de costura viniéndose una del pueblo para vivir con la otra pero como las dos eran tan raras... además Irene no era bonita, la polio le dejó el regalo de un zapatón con el que se la oía cojear de lejos. 
Los trece de cada mes van a la iglesia y honran a San Antonio llevándole flores, son dos solteronas que causan risa, ¡que hubieran espabilado antes!. 
No piden lo que ya tienen, van a agradecerle.
Eso no lo sabe nadie.
D. W. 
*Ilustrado con “El beso de dos mujeres” , Toulouse-Lautrec 1892
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 12 de junio de 2020.


martes, 16 de junio de 2020

EMPACHO

EMPACHO
“La precisa tiene un pincho” decían nuestros mayores refiriéndose a que no hay mejor acicate para hacer algo que la necesidad.
El sábado fui al súper después de tres meses, el viernes tocó veterinario, papelería y vivero, aún me quedan sitios a los que ir para abastecerme de lo que me privó el putovirus; encima agradecida por no llorar ningún muerto propio.
Henos aquí en la “nueva normalidad” que a mi me resulta “triste anormalidad”. Es por el bien común, OK, no critico las medidas y me pliego a ellas pero decido que solo saldré para lo imprescindible, la angustia de aterrizar en un mundo distópico no merece el esfuerzo que me supone pisar la calle.
Hay un estudio que demuestra que en tiempos de crisis es cuando más se venden barras de labios, ni ese consuelo nos queda, la mascarilla oculta la boca hasta apagarnos la voz. Hay que subir dos tonos para que te oigan.
Me crucé con dos amigas por los pasillos del súper y no las reconocí, ni oyendo mi nombre atinaba quienes eran, que fatiga. Y que tristeza que ni un abrazo pudimos darnos.
El cajero me llamó la atención porque traspasé la raya de “distanciamiento social” que yo llamaría “alejamiento físico”  veinticuatro centímetros exactos. Me recordó aquella vez en el museo Picasso cuando me incliné para apreciar la textura de un cuadro, en ningún otro me han regañado.
La forma correcta para recoger la compra es situarse al final de la cinta pero a veces se engancha algo y debo estirar los brazos restregando el torso y mis salientes con ella. Absurdo.
Para animarme mi hija me regala un vestido comprado on line pero me queda grande, como esta situación.
Empachada estoy de hidroalcohol y lejía.
D. W.


sábado, 13 de junio de 2020

CALORES

CALORES    (1973)
Se llegó Marujita toda compungida a la Parroquia para fijar con el cura fecha para la misa aniversario de su difunto. No fuera a creer nadie que le faltó al muerto.
La sobrina del párroco le indicó que para hablar con él debería esperar a que terminara la novena de las seis.
Tragóse Marujita las letanías acabando chorreandito de sudor pues el almanaque decía que era agosto, los ventiladores apontocáos en unas pocas columnas no hacían más que masticar el aire escupiéndolo incandescente.
Milagro fue que a nadie le diera un tabardillo.
—¿Se puede?, - preguntó la viuda tímidamente.
—Entra con Dios, hija, - fue la piadosa respuesta.
La sobrina ayudaba al tío a quitarse la vestidura talar bajo la cual apareció la de ciudadano de a pie aunque con alzacuellos; sudaba más que un pollo mientras ella regañaba:
—Si me hiciera caso... estaría más fresco sin ropa bajo el alba.
—¡Por Dios, que barbaridades dices Serafina, no pareces educada cristianamente!, ¿como voy a ir en calzones?.
—Con bañador tito, hasta Cristo se refrescaba en el Tiberiades solo con la túnica que le tejió su santísima Madre, iría usted igualito que el Cautivo.
La Maru, aunque viuda y doliente, salió de allí muerta de risa, no tenía el sacerdote el tipo fino de la imagen y se le representó como el Gordo del cine mudo en albornoz.
Rezó un Padrenuestro de autopenitencia por la visión pecadora pero jamas pudo volver a mirar a don Damián sin imaginarlo en turbito.
La noticia de que una enfermera rusa vistió el mono de protección sobre un bikini para no pasar calor me inspira esta, más vale sanción que sudar a mares, lo sabe Marujita que se coció con medias gordas durante tres quinquenios de duelo.
“¡Ande yo fresca...aunque me llamen ídem!”
D. W
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 12 de junio de 2020.


miércoles, 10 de junio de 2020

EL DESCOQUE

EL DESCOQUE   (1933)
Celebraban los nuevos padres con alegría el bautizo de su hija.
La madrina, mujer cabal de la que la cría tomaba el nombre, entregó la neófita a su madre al volver de la Iglesia pronunciando las palabras rituales “me la diste mora y te la devuelvo cristiana”.
Huyendo de los calores de agosto la fiesta empezó al atardecer, cuando la frescura de patios y calles recién regados entraba por los balcones a la par que los olores de dama de noche y jazmín.
Dormitaba la pequeña en la alcoba mientras toda la familia y vecindad disfrutaban del sarao, se arrimaron los muebles a la pared de la sala para dejar sitio al baile, prestando sus sillas las viviendas cercanas para acomodo de los asistentes.
El padre, que era un artista, arrancaba su guitarra por lo que le pedían atreviéndose sus compañeros de trabajo con el zarzuelero “Cuchichí, cuchichí” de “El Bateo”.
En el aparador y la mesa se disponían bandejas de tierno salchichón de Málaga, queso, aceitunas y boquerones en vinagre. Canastillos de mimbre rebosaban de hogazas y no faltaban vinos de dos colores, zarzaparrilla y gaseosa de bolilla con sabor a fresa, una novedad que gustaba mucho.
El llanto de la infantita, que no podía roer tales manjares, hizo salir a la madre a darle el pecho, la madrina y algunas mujeres la acompañaron para embelesarse viendo como algo tan chico se aferraba a la vida.
Estando así oyeron salir de la radio la voz de Gardel cantando sobre íntimos encuentros en apartado pisito sin portero que velara por la honestidad.
La madrina casi se desmaya viendo como una de sus sobrinas se enroscaba con el novio sobre las baldosas hidráulicas. Bailaban tan juntos que sus mejillas se tocaban, entrelazando las piernas de una manera que solo a oscuras y después de las bendiciones se puede hacer. Ya decía ella que los aires libertarios nada bueno traerían.
Terminaron el baile simulando una caída, sostenida ella por los brazos viriles, lo forzado de la postura le había subido la falda y por un momento el fulgor de la sedosa media sobre el muslo hizo bizquear a más de uno.
_”¡Hemos perdido el decoro!” rezongaba la madrina al borde del patatús, ¡Manuel, nos vamos!”, gritó a su hijo.
El muchacho, embobado por la sugestiva danza, tragó un bocado sin masticar bajándolo con golpes en el esternón. Sabía que con mamá no se negocia y menos cuestiones de decencia.
_‘¡Dios nos perdone, vamos a pique con un gobierno sin moral!”.
Los bailarines se casaron dos meses después por lo civil; la matriarca no fue a la boda pero los obsequió con un precioso  rosario de amatistas.
Al parecer sin retranca.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 5 de junio de 2020.


martes, 9 de junio de 2020

DELICIOSA

DELICIOSA
Mi monstera está triste, ¿que tendrá mi monstera ?. La adopté siendo bebé, en brazos la traje desde el vivero. Sus primeros años pasó en el tiesto cuna, luego en otro mayor a medida que pasaba de la niñez a la adolescencia.
Siempre estuvo sana pero cuando por fin llegó el día que pude arraigarla en un lindo arriate de ladrillos vistos hermoseo hasta regalarme sus extrañas flores cilíndricas.
Ambas estrenamos casa a la vez.
Casi veinte años juntas en paralelismo de vidas. Dos veces se ha quebrado su tronco, volviendo a crecer más rotundo. Varias me he roto yo y me he recompuesto.
De unos meses acá está triste, se volvió a tronchar precisamente cuando sus hojas alcanzaban mayor altura. Está perdiendo lozanía a pesar de que las últimas lluvias han ungido su cuerpo, aunque le dé a beber vitaminas cada mes, como hice siempre.
Parece que algo la devora por dentro, yo la examino y no encuentro nada que pueda dañarla. Se está apagando, quizá esté emprendiendo su ida, ignoro lo que vive esta planta singular.
Sus ancestros son selváticos, nacidos en Méjico y Argentina, pero ella sólo conoce el clima Mediterráneo y el Terrá malagueño así que de nostalgia es imposible que languidezca.
Ha convertido el diminuto patio en un vergel haciendo honor a su apellido, “Deliciosa”, no me haría a vivir sin su solemne compañía.
Me gusta, cuando hace bueno, desayunar sentada en el escalón,  muy cerca de ella. Me pregunto si no estaré robándole la energía como un Dorian Gray sin intermediario.
D. W.    (“Lo cotidiano”)


lunes, 8 de junio de 2020

JUNIO

JUNIO
Trae el sexto mes preludio de tormenta. Furiosas lluvias limpian la tierra dejándola prístina para su advenimiento.
Los dulces días de primavera metamorfosean a verano, la crisálida tímida surgirá mariposa de fuego sobre las hogueras que celebren el solsticio.
Época de cerezas, comerlas colgadas de las orejas del enamorado
las hace más sabrosas aunque su gusto ya no es como el de antes, no sé si por falta de madurez del fruto o exceso de ella en los amantes.
El amor primero es felino e insaciable.
Déjame desnudarte, Junio, como si fueras una mujer inquebrantable, bajaré los tirantes del vestido y saldrán tus senos apuntándome, afilados y dispuestos al combate.
Permíteme, Junio, adorarte. Sostener tu vientre con mis manos, recorrerte la espalda y recrearme en el punto exacto del arqueo y como a un chelo templarte.
Óyeme, Junio, hazte la indiferente, que enerva más la piel fría al contacto de la lengua incandescente.
Y liba de la copa que te ofrezco el espumoso vino que enardece.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 5 de junio de 2020.


domingo, 7 de junio de 2020

MUJERES DE VIDA ALEGRE

MUJERES DE VIDA ALEGRE  (1920)
Eran siete las muchachas compartiendo rougue, y penas, de estas últimas lo que más.
Dormían de día pues llegaban entrada la mañana con diez años más a cuestas aunque la mayor no había cumplido veintiocho.
Les subían agua caliente y se frotaban enérgicamente con jabón de olor metiéndose después en amplios camisones. Bajaban a desayunar cebá de puchero y pan con aceite, parecían  estudiantes tras una noche preparando exámenes.
Ese día Florita no bajó. Su cliente se había empeñado en atiborrarla de churros mojados en aguardiente; ¡como se reía el mamón viéndola atragantarse!. La compensó con un billete grande por la broma.
Había vomitado las tripas pero con eso pagaba cuatro meses de Internado del niño. Ahora quería dormir y que se asentara el estómago.
Atardecido comían en la cocina de la pensión. Dolores, la cocinera, las apreciaba mucho; había ayudado a abortar a varias con hierbas muy efectivas si la falta era poca y remediado enfermedades a la que su oficio exponía. No todos querían usar gomas higiénicas de “La Francesa” y había dura competencia con las pupilas de “Concha, la gamberra” entrenadas en lo más infame.

Mientras comían hablaban de cosas alegres. Alguna dejaba caer confidencias al oído comprensivo de Dolores que no juzgaba, da  igual ser explotada por el mismo cabrón que por uno distinto cada noche.
Empujada a prostituirse por la misma sociedad que las demonizaba, la muchacha desvirgada por el novio bocón quedaba marcada, si salía barriga peor, sus propios padres renegaban de ellas por ser unas perdías.
Debían marchar a la capital donde, sin informes, no las  aceptaban en casa bien alguna y si la señora los pedía al cura del lugar menos.
La lagartona podía seducir al pater familia, corromper al hijo sano, ser nefasto ejemplo para la hija mozuela.
Cada noche, antes de salir, pasaban a despedirse de Dolores, “por si no nos vemos más. En esto no sabe una con quien se la  juega”.
La cocinera las besaba y mientras se afanaba entre ollas rezaba por ellas, no al dios de las beatas, vengativo e inconmovible, sino al de las mujeres más desgraciadas entre las desgraciadas, las prostitutas.
Hasta la más miserable de las decentes las despreciaba por “no haber sabido guardarse”, la violación nunca era creída, ponzoñosa calumnia a hombres de bien para sacarles dinero o casorio.
_”Dolores, lo jago por mi niño pero no soy puta. Trabajo con el jigo porque no me quéa otra”.
Hoy Florita no volvió. La encontraron en el puerto, la boca llena de buñuelos, los ojos muy abiertos.
Solo una nota en el periódico. “Prostituta hallada muerta”.
Entre todas la enterraron y siguieron manteniendo al hijo.
Nadie creyó a las seis meretrices que señalaron al asesino, claro está que un hombre de alcurnia y adorador nocturno no alterna con rameras.
Juraron los colegas que estuvieron de ejercicios espirituales.
El sacerdote ratificó la declaración, siempre desayunaban juntos tras comulgar fervorosamente.
Sin falta.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 29 de mayo de 2020.


miércoles, 3 de junio de 2020

LUNA A SECAS

LUNA A SECAS
Despierto siendo aún noche y con dolor de cabeza; al incorporarme para abrir el cajón de la mesita buscando remedio la postura me procura un ángulo de ventana nunca antes percibido.
Por un juego de reflejos veo la luna menguante colgada del tendedero. Dudo que prenda alguna le haya quedado jamás tan blanca a la mejor lavandera.
No recuerdo haberla incluido ayer en la colada pero al ser pequeñita se infiltraría enganchada a las sábanas por una de sus puntas.
Hago la foto para perpetuar y creerme el milagro de haber tenido a la luna tan a mi disposición. De ahora en adelante por preñada o roja que esté tendrá que reconocerme que una vez le lavé la cara.
Ya no está, se ha ido, quizá porque tiene que cumplir con su horario nocturno.
Tal vez un vientecillo juguetón la haya volado al tejado vecino o tirado al suelo para alegría de los gatos.
Habrá que espiarla si es que es posible pues siete de cada veintiocho días los pasa escondida.
Como los calcetines que se pierden.
La próxima Luna Nueva miraré en mi lavadora.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 29 de mayo de 2020.


lunes, 1 de junio de 2020

MALOS

MALOS
He descubierto que soy muy mala, me alegraría enormemente la muerte de varios elementos que perturban el orden vecinal y planetario.
Pero es ver el escaparate de una armería y entrarme tembleque. Fantaseo con tener una varita de virtud que encoja a los energúmenos para aplastarlos de un pisotón.
Confieso que ayer hubiera matado a mis vecinos pero indultado a su perro, un diminuto animal que lleva encadenado al patio diecisiete años, los mismos que llevo soportando su asquerosa música a tope, sus risas estentóreas a las tres de la mañana y su habla a gritos, que me entero de hasta como follan porque les encanta explicarlo.
De nada ha servido pedir que bajen el volumen, dicen que está “normal de alto”, les suda que pueda haber personas enfermas, que madruguen o teletrabajen; arguyen educadamente que “a ver si en mi casa no voy a hacer lo que mesalgaercoño”. A la poli les dicen que la tengo tomada con ellos y vuelta la burra al trigo.
Me mandan a vivir a la cima de un monte aunque son ellos los que deberían mudarse a un polígono donde cada nave transpirara ruido, una “calle del infierno” ferial con BMV y moto de gran cilindrada en las puertas.
La libertad de algunos es talla XXL con lycra y se estira para que nunca empiece la del prójimo.
Nadie tiene derecho a segar vidas pero entendámonos, no hablo de seres humanos sino de escoria, suena muy fascista  pero ellos me destriparían sin remordimiento, llevan tiempo matándome a decibelios.
Les haría vudú si supiera, miraré si hay cursillos que incluyan kit.
Desgraciadamente amanece para todos aunque haya quien no lo merezca.
D. W.


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