miércoles, 10 de junio de 2020

EL DESCOQUE

EL DESCOQUE   (1933)
Celebraban los nuevos padres con alegría el bautizo de su hija.
La madrina, mujer cabal de la que la cría tomaba el nombre, entregó la neófita a su madre al volver de la Iglesia pronunciando las palabras rituales “me la diste mora y te la devuelvo cristiana”.
Huyendo de los calores de agosto la fiesta empezó al atardecer, cuando la frescura de patios y calles recién regados entraba por los balcones a la par que los olores de dama de noche y jazmín.
Dormitaba la pequeña en la alcoba mientras toda la familia y vecindad disfrutaban del sarao, se arrimaron los muebles a la pared de la sala para dejar sitio al baile, prestando sus sillas las viviendas cercanas para acomodo de los asistentes.
El padre, que era un artista, arrancaba su guitarra por lo que le pedían atreviéndose sus compañeros de trabajo con el zarzuelero “Cuchichí, cuchichí” de “El Bateo”.
En el aparador y la mesa se disponían bandejas de tierno salchichón de Málaga, queso, aceitunas y boquerones en vinagre. Canastillos de mimbre rebosaban de hogazas y no faltaban vinos de dos colores, zarzaparrilla y gaseosa de bolilla con sabor a fresa, una novedad que gustaba mucho.
El llanto de la infantita, que no podía roer tales manjares, hizo salir a la madre a darle el pecho, la madrina y algunas mujeres la acompañaron para embelesarse viendo como algo tan chico se aferraba a la vida.
Estando así oyeron salir de la radio la voz de Gardel cantando sobre íntimos encuentros en apartado pisito sin portero que velara por la honestidad.
La madrina casi se desmaya viendo como una de sus sobrinas se enroscaba con el novio sobre las baldosas hidráulicas. Bailaban tan juntos que sus mejillas se tocaban, entrelazando las piernas de una manera que solo a oscuras y después de las bendiciones se puede hacer. Ya decía ella que los aires libertarios nada bueno traerían.
Terminaron el baile simulando una caída, sostenida ella por los brazos viriles, lo forzado de la postura le había subido la falda y por un momento el fulgor de la sedosa media sobre el muslo hizo bizquear a más de uno.
_”¡Hemos perdido el decoro!” rezongaba la madrina al borde del patatús, ¡Manuel, nos vamos!”, gritó a su hijo.
El muchacho, embobado por la sugestiva danza, tragó un bocado sin masticar bajándolo con golpes en el esternón. Sabía que con mamá no se negocia y menos cuestiones de decencia.
_‘¡Dios nos perdone, vamos a pique con un gobierno sin moral!”.
Los bailarines se casaron dos meses después por lo civil; la matriarca no fue a la boda pero los obsequió con un precioso  rosario de amatistas.
Al parecer sin retranca.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 5 de junio de 2020.


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