RENOVACIÓN DE LA VIDA
Nochevieja de 1999. Faltan cinco minutos para que den las doce y llegue el año 2000, con ese supuesto efecto terrible que paralizará al mundo. Una madre se asoma a la cuna de su bebé para ver si el ruido de la celebración lo ha despertado, pero el niño duerme como solo lo hacen los inocentes, quizás un Ángel de la Guarda protege sus oídos tapándolos con las alas. La madre pone su dedo sobre la pequeña mano y esta, por instinto, lo aferra, aunque el crio sigue dormido. Se hace un momento de silencio, ese minuto que hermana a la muerte de un año con el nacimiento de otro y madre e hijo atraviesan el paso de un siglo, de un milenio, tomados de la mano. Un salto enorme sin salir de aquel cuarto pintado de azul.
Nochevieja de 2025. Ese bebé se ha hecho adulto y ha sido padre. Esa noche cruzará por primera vez el umbral del tiempo junto a su hijo. Nadie sabe cómo será el futuro de ese niño, lo único cierto es que sus padres nunca le soltaran la mano, ayudando a esos pies pequeños a cruzar cualquier umbral.
Este año que cierra el primer cuarto del siglo XXI me ha robado a dos seres queridos, pero también me ha hecho el más hermoso de los regalos, pues ha escrito con tinta indeleble en mi corazón la palabra ABUELA. He pasado cada uno de sus meses tachando semanas hasta llegar a octubre cuando el otoño trajo a mi primer nieto, amado ya desde el instante en que supe que había de nacer ¡cuánto recé, a mi manera agnóstica, para que llegara el parto! Apuró hasta el último día de la última semana, tal vez porque intuía el mundo convulso de aquí fuera. El dios de Spinoza debió oírme pues su madre, casi rompiéndose, logró alumbrarlo y él llegó sano y precioso, buscando anhelante el pecho donde mamar.
Bienvenido a la vida, nieto mío.
Dela W

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