miércoles, 28 de julio de 2021

ESTO NO ES UN CUENTO

 ESTO NO ES UN CUENTO   

Te llega el aviso del juzgado, ya tienen fecha para el desahucio. Este viernes al mediodía tendrás que dejar tu casa. A los cincuenta y siete es lo peor que te podía pasar.

Hace dos años cerró el almacén de frutas en donde tu hombro derecho se amoldó a la curva perfumada de las canastas de plátanos. Era un trabajo monótono por eso te gustaba. Bajar del camión, trasponer por el pasillo, entrar en la cámara y dejarlos allí donde Esperancita y las demás muchachas colocaban las manazas amarillas bien alineadas. 

Nunca le dijiste lo bonita que te parecía, ni soñar con invitarla al cine. Bueno, soñar si, eso sí.

Tu madre le dijo al encargado: “es medio inocente pero cumplidor. Este, pá bestia carga… lo que le echen. Le agradezco que lo tenga aquí arrecogío”.

El tiempo pasó, Esperancita se fue para casarse. Las descargas ya se hacían con el torito, los grandes racimos se volvieron raros, verdes y duros. Se arrojaban como fardos en los estantes. Te usaban de recadero, barrendero y diana. El primero en llegar, el último en irte, discreto para no atraer más bromas de las que exige pagar tu condición de retrasado.

Se acabaron las prestaciones, las ayudas, los ahorros. Te da vergüenza ir a un comedor social o a Cáritas. Por la noche hurgas en la basura. Siempre hay algo. El gatillo tuerto que vive contigo también salió de allí. Se ve que está enfermo, pero no puedes llevarlo a un veterinario, aunque ha engordado y su único ojo brilla en gris. Te relaja su ronroneo cuando cenáis con apetito el botín a la luz callejera que se cuela por la terraza. 

Sientes vergüenza por no poder pagar. Le has explicado al casero tu situación, pero no ha querido oírte. Has ido a asuntos sociales y allí te han dado unos papeles. Los cumplimentaste despacito, con buena letra, para que vean que eres un hombre con educación que aprovechó el colegio. Pero el juez te ha dicho que faltaban dos certificados y que el plazo era improrrogable. 

Eres incapaz de pedir dinero a nadie porque lo tuyo ha sido dar. No sabes la de juguetes, cajitas y joyeros que has regalado a tus compañeros. La madera en donde venían los plátanos era blanca y tierna como el pan de molde, te daba tanta pena tirarla que aprendiste a transformarla. “Mira el tonto que maña se da” -decían- No te importaba. Nacer inocente no es pecado solo mala suerte. 

Oyes que el ascensor se para. Llaman y te conminan a abrir. Acaricias al Pirata que arquea el lomo y te bufa por primera vez desde que os conocéis. Él sabe.

Dejas sobre la mesa tu carné de identidad y una nota escrita sin borrones con un bic cristal negro en donde suplicas para el gato lo que no hallaste valor de hacer por ti.

Te ha gustado vivir en un piso trece porque las palomas zureaban en las ventanas y podías ver, muy a los lejos, una rayita azul que mamá decía que era el mar.

No lo piensas ni cierras los ojos.

Solo muerto sobre la acera te has hecho visible.

D. W


martes, 20 de julio de 2021

INOLVIDABLE

 INOLVIDABLE 

Reposaban los cuatro sobre la cama king size del hotel Playita, uno de tantos que jalonan las costas del país.

Por la corredera medio abierta entraba un fresquito delicioso, julio suaviza su carácter cuando está junto al mar.

El aire movía los visillos hinchándolos, velas de barco que navega hacia el sueño. No corrían las cortinas forradas para dejar que los primeros rayos de sol los despertaran a lengüetazos.

La pareja encerraba a los hijos en un paréntesis protector, deseando que permanecieran para siempre en esa edad mágica. Seguían despabilados a pesar del cansancio de todo un día de diversión o quizá por eso. 

Entonces, un insecto grandullón se coló en el cuarto, golpeándose en su ceguera de luz contra las paredes.

Los niños gritaron saltando sobre el colchón, “¡sálvalo, papi!”.

Mamá abrió las puertas de la terraza lo más que daban mientras papá guiaba al intruso fuera, aventándolo con un pareo florido.

Al fin, el animalillo logró la libertad y los cuatro se tendieron riendo y jadeando en la cama.

“¿Como se llama el bicho?, ¿por qué ha entrado?”. Los chavales estaban más lejos de quedarse dormidos que antes del episodio.

Mamá inventó una historia sobre un tábano glotón que iba buscando el buffet y se equivocó de sitio. Ya había cenado sopa de margaritas y vinagretas, pero le quedaba hueco para el postre.

“Igual que vosotros y el papi que nunca os hartáis de dulce”.

Con las orejas tiesas y creyéndoselo pidieron más cuentos.

Hubo mamá de contarles el del haba que nunca se acaba hasta que las carcajadas los cansaron. Los rizos rubios de la niña y los oscuros del chiquillo se juntaron en la almohada.

Papá ya respiraba fuerte que no roncaba, eso no.

La madre los miró para grabar en su memoria ese instante. 

Se durmió agradeciendo su suerte.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 16 de julio de 2021

 

 


sábado, 17 de julio de 2021

EL DÍA V

 EL DÍA V

Era bien temprano cuando la echó de la cama la caló, aparte de que andaba rebolicá porque se iba a dar el primer chapuzón del verano.

“De virgen a virgen”, oséase, desde el dieciséis de julio festividad del Carmen hasta el quince de agosto día de la Asunción, las aguas estaban benditas. Se podía bañar una con toda la tranquilidad de que ni iba a ahogarse ni a pillar un pasmo en el bajo vientre por la frialdad del mar. 

El bañador blanco con ribetes rosas le tiraba, señal de que había crecido. Su madre dijo que después se alargarían por otro a la tienda de Mariquita pues esta dejaba llevarse las prendas fiás a las buenas pagadoras y costearlo según se negociara..

Daban las ocho justas cuando salían de la casa con la cesta de mimbre donde iban toallas y mudas. Allá que transponían, parque arriba y en ayunas, hacia Lavachocho nombre popular que los malagueños daban a ese trocito de playa pedregosa.

Se adentraban despacio, primero mojándose los tobillos, después los antebrazos y el cuello para a continuación meterse a donde ella no hacía pie. La mamá la tomaba por detrás del pescuezo, le tapaba nariz y boca con la otra mano y la echaba patrás dándole la zampullá prescrita por eminentes pediatras.

Esta maniobra repetida durante una quincena aseguraba un invierno sin tanta angina y con menos mocarreras.

Lo peor era el secado, la restregaba con el lienzo blanco hasta esollarla. Después le daba la cucharadita de vino dulce imprescindible para entrar en calor… cuando del cielo ya caían llamas.

Ese día tocaba desayunar en cá Tita Carmela por ser su santo. Las esperaba espumando el chocolate y con tejeringos recién compraos. Colgados aún del junquillo verde parecían ajorcas de ámbar brillantes de pringue.

Todos los años le regalaban lo mismo: una docena de huevos llevados con primor en un cartucho de papel de estraza. Al parecer esa costumbre se instauró en la posguerra, cuando la comida era el mejor presente que se podía hacer. La tita habría preferido un tarro de colonia de esos tan bonitos de Avon con forma de figulina para adornar la coqueta, pero no se atrevía a pedirlo fuera a pensar su cuñada que era una yeyé. Pá huevos ya tenía un recovero que se los guardaba frescos y gordos porque desde que ella enviudó le hacía ojitos.

El día avanzaba dando la impresión de que la Virgen, como dice el villancico, es panadera y se había dejado la puerta del horno abierta. El terrá se enseñoreaba por Málaga a la manera de un ejército invasor, amenazando con endiñarle el colorín menuíllo al mahara que saliera de su casa.

Moscatel, chocolate calentón y churros, junto al caló, siempre daban el mismo resultado. Pero como se decían las cuñadas, “el día es lo que pide y así, mira tú, de camino se nos purga”.

Eso era tener sentido práctico.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 16 de julio de 2021



domingo, 11 de julio de 2021

CUESTIÓN DE ROCES

 CUESTIÓN DE ROCES 

Sun Tzu es el nombre del supuesto autor de “El Arte de la Guerra”, famoso tratado chino que promulga estrategias para ganar batallas. A través de casi 3.000 años nos llegan sus frases aplicables a la vida en general, porque, ¿qué es la existencia más que experiencias bélicas una tras otra, con treguas intercaladas?

Tengo a bien consultar ese librito de vez en cuando. Alguna que otra consigna saqué de él, como que “todo el arte de la guerra se basa en el engaño”. Me gusta porque habla de ganar. La derrota, la propia quiero decir, ni la contempla. Os cuento mi historia, recordándoos que hasta Napoleón tuvo su Waterloo.

“Fue un flechazo, que yo diga esto no significa nada, los tengo bastante a menudo. Y como puedo permitirme añadirlos al carrito de la compra me evito el engorroso trance de tener que elegir. Hasta hace poco se me adaptaban todos a la perfección, parecían hechos sobre el molde de mi piel. No existía aquel que no cayera a mis pies proporcionándome el placer de elevarme sobre las demás mujeres. Pocas son, y lo sé porque soy capaz de leer ojos y rictus, que tengan tanto aguante como para montar en ellos durante toda la noche.

Mientras más altos mejor. Y de todos los colores. Hubo un tiempo en el que me apasioné con los negros de piel acharolada. Me son gratos los amarillos, pieles rojas, blancos nieve o huevo. Los nude, en toda época, cuentan con mi predilección. 

El día que vinieron a mí los esperaba ansiosa, sentada en el sillón de terciopelo azul pavo. Ambos tan perfectos y asimétricos, con nombre propio y un precio tan elevado que de no ser porque no la tengo me daría vergüenza confesar. 

Con uno ya noté el primer roce. A pesar de su reputación no sentía la pericia que les adjudicaban. Probé con los dos a la vez y empeoró la situación. Jamás me había visto en similares circunstancias.

Aun así, me los traje a casa. Pero aquí, ni la moqueta roja del dormitorio, ni el travertino del salón, ni tan siquiera el parqué de roble de la biblioteca, consiguieron ablandarlos. Tampoco mis gemidos.

Rabiosa los pateé, dispuesta a mandar meterlos en la bolsa de basura más negra que encontrasen y enterrarlos en el desierto, librándome así de su atracción fatal para siempre. Pero fui incapaz.

Pese a las ampollas que su querencia me producía, intenté una y otra vez la penetración de mi carne en la suya. Me ungí con todas las cremas, adquirí cuantos accesorios recomendaban para obtener la dilatación y el acople ideales. Nada hizo efecto, al contrario, solo sirvieron para encapricharme aún más de lo imposible.

El colmo de la humillación vino poco después, cuando sorprendí a mi nuera en éxtasis con ellos, reflejándose los tres en las múltiples lunas de mi vestidor. Ella se contoneaba, acariciándose el empeine, excitada con el efecto que causaba por detrás la enhiesta largura de sus tacones.

  —¡Ohh, suegra, tienes unos “Manolos”! ¿Sabes que dicen que llevarlos es mejor que tener sexo?

A la muy guarra los zapatos le sentaban como guantes y manifestaba, sin pudor, sentirse comodísima dentro.

Yo no he sufrido derrota más amarga en toda mi vida”.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 9 de julio de 2021

 


viernes, 9 de julio de 2021

¡AIRE!

 ¡AIRE!

Cuando en la noche busco mi abanico, a tientas sobre la mesita insomne, lo abro despacio para no arañar la oscuridad con su aleteo de mariposa manca. 

Es de madera frutal que primero alimentó el cuerpo y ahora lo atempera, troquelada con mimo de artesano que el plástico es herejía y su rasgueo mercenario. 

A un abanico hay que saber manejarlo, debe sostenerse entre índice y pulgar, deslizándolo con un jaloneo, como los pájaros con sus crías al enseñarles a volar. Luego contonearlo, repartiendo frescura y volviendo a plegar para abrirlo de nuevo. Así jugamos los dos con el viento.

En verano termina su letargo de gavetín y salta al bolso, a la manera de un insecto hambriento que necesite de mí para libar del aire.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 9 de julio de 2021

 

 


martes, 6 de julio de 2021

DETONACIONES CARDÍACAS

 DETONACIONES CARDÍACAS

Fallece Raffaella Carrà, la desinhibida cantante rubia que regaló letras sobre sexualidad asumida sin culpa a una generación necesitada. Trece energúmenos matan a un joven dándole patadas al grito de “maricón”. Dos muertes muy distintas, pero las asocio porque la italiana siempre defendió el orgullo gay, la libertad de hacer con el cuerpo propio lo que venga en gana.

Los cobardes abundan. Mariconas son quienes buscan esbirros para asesinar al diferente, que suele tener más vergüenza y “hombría” por usar un término arcaico, que todos ellos.

Recuerdo que en el 77, por las fiestas de mi colegio, una de las niñas que iban a actuar en la función ensayaba imitando a María Ostiz (que para quien no lo sepa es una cantautora que ganó la OTI acompañada de una guitarra al más puro estilo de misa dominguera. Oxigenada tres tonos menos y de la misma edad que Raffaella, pero de antónima personalidad).

Cuando llegó el día de la actuación mi condiscípula subió al escenario con su cassette, se despojó del poncho que llevaba quedándose en ceñido vestido halter y entonó la sensual “Fuerte, fuerte, fuerte”, una de las más explicitas canciones de la Carrà. La cara de las monjas era un poema y su tutora no sabía dónde meterse. La valiente había estado ensayando en su casa lo que realmente quería representar. 

Las demás alumnas nos dividimos entre las que pensaban que era una descarada y las que nos pareció divina. Creo que al año siguiente no curso estudios allí.

Lo que predicaba Raffaella bajo la apariencia de canciones facilongas eran himnos a la libertad sexual, al derecho a ser quien eres sin dar explicaciones, alejarse de una pareja tóxica, a ser compañero, no propietario. A divertirse haciendo el amor porque pecado es dejar pasar la vida sin vivirla. 

Si embargo volvemos a los viejos y malos tiempos.

Me explota, explota el corazón de pena viendo nuestra involución como especie. 

D. W

 


sábado, 3 de julio de 2021

MAR DE TELA

 MAR DE TELA

Aparece por las noches, al brotar la farola que tengo frente a mi ventana. Su luz atraviesa la cortina celeste y hace aguas en la pared encalada. Un océano rizado solo para mí.

Nunca he visto el de verdad. Mi abuelo decía que es más grande que todo el pueblo y, si tragas un sorbo, sabe a papas fritas de feria.

Salgo de la cama y hundo las manos en las sombras vueltas olas sobre mis brazos, encrespándolos de gusto.

Los lamo y descubro que son reales; que en ellos me han dejado flores de sal.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 2 de julio de 2021




 


OJAZOS

 OJAZOS

Nada tiene que reprocharle, al contrario. Fue una novia entregada y aún tras siete años de matrimonio, una esposa fiel y cariñosa.

Como hijo único, acostumbrado a todas las atenciones, buscó una compañera maternal; había sufrido el primer descalabro en el parvulario, donde descubrió que no era el único niño del mundo.

El segundo contratiempo fue la enfermedad. Su mujer lo sostenía sin importarle que durante los brotes fuera malo con ella. “Es la afección la que te hace hablarme así, no tú. Juntos en la salud y la enfermedad como prometimos hasta que la Huesuda -decía ese nombre bajito- nos separe”.

A él le molestaba tanta bondad llegando a exasperarse, “¿es que esta mujer -mi mujer- no tiene sangre en las venas?, si fuera al revés... “

Ella lo acompañaba solícita a cuantos médicos pensaba que podrían ayudarlo. Hastiado de tanto charlatán desaprensivo decidió llevar una dieta vegetariana y natural. En algún titular periodístico leyó que los productos procesados y envasados corroen el organismo, llegando a producir letales intoxicaciones.

Se le hicieron odiosos los olores del mercado, repugnantes los puestos que parecían mesas de autopsias. Eso provocó el primer roce de la pareja. 

Ella cocinaba verduras, pero añadía a su plato carne o pescado. “Te comprendo, querido, y me alegro de que en esta dieta encuentres alivio, pero entiéndeme, no sería justo que me privaras de lo que me gusta”. Y lo miraba con esos ojos grandes, vacunos, que le producían las mismas náuseas que los de un animal sacrificado. 

Comenzó por hacerse el distraído a las horas de comer, “empieza tú, voy cuando acabe esto” decía. No soportaba verla sorber las almejas, cuyas valvas había oído castañetear sobre el poyete de la cocina antes de ser fritas vivas. Ni la sangre aceitada que quedaba en el plato tras devorar un entrecot.

Una tarde, mientras ella dormitaba ante la tele, sacó de la nevera un paquete de salmón, pinchándolo varias veces con un alfiler. Los dejó reposar debajo de los geranios, a los que bañaba de pleno el sol. 

 

—Nena, esto se te va a caducar -le dijo dos días después tras volverlo al frigorífico-

—¡Ay, pues no lo había visto! Lo tomaré esta misma noche.

Dos horas después de cenar ella notó un picor en la boca, un ardor en la garganta. Se ahogaba con su propia lengua, tan gruesa como una salchicha alemana. “Llama.. avisa... por favor” le suplicó al marido.

Él cerró la puerta del dormitorio mientras la oía caer. 

Su sensibilidad no soportaba sus ojazos desencajados, secos, de pez que agoniza sobre mármol frío.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 2 de julio de 2021




 

 

SIEMPRE AMANECE

  SIEMPRE AMANECE   Emprendo el viaje una noche atravesada por el equinoccio de invierno. La oscuridad absoluta envuelve mi coche y solo p...