viernes, 2 de junio de 2023

RECURRENCIA

 RECURRENCIA 

 

Cada cierto tiempo acude a mis párpados el mismo sueño. Puede variar algo, pero el escenario es siempre una playa. La encuentro de forma casual, cuando voy perdida por una ciudad que es la mía sin serlo. Vuelvo una esquina y aparece el mar. 

En la ensoñación de anoche iba vestida de invierno, hasta con abrigo tendido al brazo. Y un bolso color morado oscuro, favorito y por eso ya algo gastado. Acercándome al agua no hundí los pies como otras veces, sino que procuré no caerme al agua debido a que el camino se había convertido en vereda estrecha, sintiendo ceder la arena bajo mis pisadas. 

Al levantar los ojos, la vista de la bahía se ofreció a ellos, pero difuminada por los bordes, al modo de vieja postal tomada con vaselina aplicada alrededor de la lente, truco fotográfico antiguo.

Junio me llega cada año de improviso, aunque mayo lo vocee treinta y unas veces con su voz de papel, y me trae, sin falta, un tozudo resfriado. Es hora de cambiar de ventana al cóleo, pues tampoco a él le gusta tomar el sol.

Mientras contemplaba el paisaje onírico oía, muy a lo lejos, una canción veraniega de la que no podría reproducir la letra. Cantos de sirena, quizás.

Es junio de nuevo, y me siento perdida.

D. W




jueves, 25 de mayo de 2023

UN BLANCO SAINETE

 UN BLANCO SAINETE

Recuerdo que me desperté temprano, pensando en la tarta de mantequilla azucarada que mis padres habían encargado en la Confitería del Joaquín. Y en el chocolate que la acompañaría, servido en una taza de bordes dorados y platito a juego donde podía leerse Mi Primera Comunión. 

Como a Jesús hay que recibirlo en ayunas, hube de someterme al acicalamiento propio de primeriza comulganta con el estómago vacío. Para la ocasión, mi madre le había pedido a una parienta peluquera que viniera a arreglarme. Mi progenitora siempre se quejaba de que a ella no supieron sacarle todo el partido al vestirla de novia y quería desquitarse conmigo del trauma. Para ello no dudó en encasquetarme un postizo bien cardado encima de la coronilla en el que la peinadora entremetió una diadema de flores y brillos en forma piramidal. Desde lo alto del coco salía un velo de tul ilusión (la de mi madre, que no la mía) salpicado de las mismas protuberancias que la diadema.

Yo observaba mi transformación en el espejo del ropero de mis abuelos, mientras estos lloraban a moco tendido porque sonaba en bucle en el pikú la canción de Juanito Valderrama Mi niña estaba haciendo su primera comunión.

Sobre la camiseta y las bragas de perlé (que dejaban la tierna piel estragada) me pusieron una enagua larga y encima un cancán, rígido cual tela de gallinero. Por fin, el vestido de organdí, con cuello pegado a la garganta y cintura ceñida con tremendo lazo zapatero por detrás. En las manos, guantes, el rosario de la bisabuela y el devocionario de (imitación) nácar. 

¡Parece un novia, qué guapa está! decían las vecinas (antes, en los barrios, todos éramos una gran familia)

Tras varias horas de incienso y nervios por fin terminó la ceremonia. Sería media mañana y yo no había tomado nada desde la noche anterior, pero aún quedaba pasar por las casas de los conocidos para regalarles la estampita del recordatorio a cambio de unos cuartos que mi madre guardaba en mi limosnera, que, para quien no lo sepa, es un bolso de tela, indispensable en el trousseau. Como mis contactos no debían ser muy pudientes junté más chatarra que si hubiera estado mendigando en la puerta de la iglesia y mi cuerpecillo de seis años se escoraba hacia la izquierda. 

Todas las penas se me olvidaron al llegar a mi casa y ver al Joaquín trayendo en equilibrio la tarta de cuatro pisos culminada por una feísima muñeca de plástico, que ahí se lució el pastelero. 

Mientras las mujeres ponían la mesa para por fin desayunar y los hombres fumaban en el patio, mis primas, mayores que yo, me trajeron un vaso de tubo lleno hasta el borde de vino moscatel diciéndome que como no había comulgado bajo las dos especies debía beberlo porque si no iba a ir al infierno. Asustada y para eludir tan terrible porvenir, lo probé y en notándolo rico, empujé el vaso hacia arriba, alunarando de manchas rosas el traje. El efecto, dado mi ayuno, fue instantáneo.

La regañuza sería de órdago, pero no la recuerdo. Las zurramangonas de mis primas se hicieron las lilas, claro, y yo lloraba, pues veía a la tarta como una torre blanca que no paraba de moverse. Me dio un mareo y caí al suelo a pesar de que una de mis tías me agarró del postizo para evitarme el hocicazo, quedándose el pelucón y el historiado velo en sus manos. Lástima que ya se había ido el fotógrafo pues debió ser una bonita estampa.

La tarta, ni llegué a probarla.

D. W

*Fotografía inspiradora para el cuento sacada de un “meme” de internet 




 

 

 

jueves, 18 de mayo de 2023

“LA PARTE EXTRAÑA” (ANDREA CENTENO)

 “LA PARTE EXTRAÑA”

 

Recibo este recopilatorio de cuentos de manos de su autora, Andrea Centeno, argentina asentada en Brasil, periodista y escritoraamiga y por siempre compañera de letras amadrinadas por Rosa Montero. Abro la portada y me encuentro la hermosa dedicatoria y tras ella, los cuentos, ensartados unos con otros como preciosas cuentas de un collar.

El año pasado tuve el placer de leer su primera novela Nadie me llevará flores, en la que ya se apreciaba la maestría que despliega ubicando a los personajes y urdiendo las tramas hasta trenzarla en un más que acertado final.

La parte extraña (Equidistancias 2023) es el título del volumen que reúne catorce historias con el hilo conductor de sabores y olores allende el Atlántico. Las palabras nos llevan a lugares exóticos para un europeo, pero las situaciones, a pesar de ser límites, pueden ser universales. En todas partes hay muchachas que se pliegan hasta partirse a las costumbres familiares. Niñas que no se quieren y creen no ser queridas. Parejas deshilachadas, mujeres recompuestas, adolescentes escondidas de sí mismas. Parientes ovejas negras que suelen ser las de alma más blanca. Tratos oscuros protegidos por muros. Piscinas de agua putrefacta cuyo olor espanta a los curiosos y deja a salvo un gran secreto. Criaturas extrañas, sin duda, criaturas espléndidamente dibujadas.

Andrea ha escogido la trimilenaria ciudad de Cádiz para presentar estos cuentos y será este jueves, diecisiete de mayo, bajo el auspicio de la diosa primavera y en la Fundacion Carlos Ory

A principios de semana, Andrea visitó Málaga (dónde por la premura del tiempo no se pudo organizar la presentación) y nos conocimos en persona después de casi cuatro años de amistad virtual. Almorzamos junto a un bonito grupo de amigos escritores ¡Qué emoción poder abrazarnos! 

*El libro de relatos La parte extraña está disponible en librerías y Amazon. No tarden en comprarlo. No sería extraño que se agote enseguida y deban esperar a la segunda edición.

D. W




 




jueves, 11 de mayo de 2023

YO ME SÉ

 12 DE MAYO

DÍA MUNDIAL DE LA FIBROMIALGIA Y DEL SÍNDROME DE FATIGA CRÓNICA

Porque son enfermedades REALES, quien lo probó, lo sabe

 

 

 

YO ME SÉ 

 

La blandura del sofá y del colchón 

ha calcado la forma de mis huesos,

hasta la sombra supone un gran peso

y nadie sabe explicar la razón.

 

Que solo busca llamar la atención 

dicen algunos pecando de expertos

cuando hasta los abrazos y los besos 

horadan como balas de cañón.

 

No voy a justificar mis sentimientos 

ni enarbolar bandera de vencida

que solo yo sé de mi desaliento,

 

de mi dolor y de los argumentos

de todas las novelas de mi vida.

A quien no crea, le cedo mi asiento.

 

D. W




 

 

viernes, 5 de mayo de 2023

PERCEPCIONES

 PERCEPCIONES 

 

En la luna somos cinco centímetros más altos,

lo he comprobado.

El ojo de la cámara no miente,

si acaso,

es el ojo humano el que interpreta.

D. W

 


jueves, 27 de abril de 2023

A BENEFICIO DE INVENTARIO

 A BENEFICIO DE INVENTARIO 

 

Trece, como los comensales de la última cena, son las bolsas de plástico que contienen los libros de toda una vida. La colección de “Clásicos Universales” encuadernados en tapa blanda, comprados por veinticinco pesetas cada uno en entrega semanal, ocupa cuatro de ellas. “Papá esperaba que los leyéramos, pero pasaron del kiosko a las estanterías. Solo se movieron en el ochenta y ocho, cuando quitamos el gotelé del salón” dicen los hijos, deseosos de librarse de los gruesos Anuarios (del sesenta y cinco al noventa y dos) y la infaltable Enciclopedia de veinte tomos más apéndices.

El ahora difunto jamás tuvo la satisfacción de ver leer a su prole. Él tampoco leía. Peón de albañil, porque no le dio nunca la sesera para subir a la categoría de maestro, llegaba a su casa arriñonado, con las manos picadas por el cemento ansiosas de hallar frescura abrazando un quinto de cerveza. Soñaba que sus hijos le salieran con gusto a las letras y por eso adquiría los libros que, a su juicio, los iba a incentivar a ser gente con estudios. En un intento de dar ejemplo los dejaba encima de la mesita baja unos días, pero nadie, excepto él que los ojeaba por si tuvieran alguna fotografía o dibujo, los tocó. Al final su mujer desterró los libracos, como los llamaba, al sótano, dejando sitio a la colección de películas en vídeo, cuya mayor ligereza no amenazaba con curvar las baldas del mueble bar. 

Aún así tuvo a bien indultar unos pocos ejemplares inconexos; novelas “Estefanía” y un manual de primeros auxilios. “La divina comedia” en papel cebolla y las obras completas de Álvaro de Laiglesia muy bien encuadernadas, que fueron encontradas por su marido en una de las obras en las que trabajó metidas en cajas de fruta, dispuestas para tirar junto a un tapa dura azul de los Testigos de Jehová, cuyo lomo le pareció que hacía bonito.

A pesar de todo, el finado siempre tuvo la esperanza de que los nietos apreciaran su inversión cultural, al menos los libros con fotografías preciosas de la máscara de Tutankamón, las ondeantes faldas de Marilyn o “Las Meninas”, que se desplegaban esplendorosas a doble página.

Tampoco esos le salieron lectores. Para entonces videojuegos y móviles habían quitado la gracia al papel impreso.

 

“Van para la biblioteca del barrio” se exculpan los herederos. Es poco probable que ningún volumen acabe en sus estantes, yendo como van, vistiendo el sayo del moho y con la puntuación saboteada por los gorgojos, únicos seres vivos que han saboreado tal patrimonio.

 

Los meten en el maletero del todoterreno con la frialdad de un sicario a su víctima. Y allá van, en su penúltimo viaje, pero sin llevarse lloros. Ni tan siquiera unas flores inodoras que hubiese cubierto el más barato de los seguros de deceso. 

D. W




 

jueves, 20 de abril de 2023

LECTURAS PARA CAMALEONES

  

LECTURAS PARA CAMALEONES 

 

No me había fijado que en casa hubiera tantos libros, siempre los vi sin mirarlos igual que el suelo de linóleo o el calefactor oxidado.

Desde bien chico mi madre Insiste en que los hojee con el señuelo de que huelen bienYo estornudaba y volvía a mis juegos.

Ahora, en mi último año de enseñanza obligatoria y harto de los aburridos listados de lecturas rancias, me atraen gracias a una profesora que habla de los libros igual que si fueran personas interesantes. Nos lee trozos de historias asombrosas y dan ganas de saber en que terminan. 

Hurgo en las baldas del mueble librero, que también posee una puertecita tapando un hueco que se ilumina al abrirla, atiborrado de botellas dejadas a medio terminar por mi padre y delicadas copas que nunca se han usado. 

Escojo para llevar a mi cuarto “Música para camaleones”. Es de Capote, el de “A sangre fría”. Me gustó la película y me flipan esos bichos. Promete.

 

Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio, dice Capote. Mi madre afirma que los escritores nunca son borrachos sino dipsómanos. Lo busqué en el diccionario y quiere decir lo mismo. Me respondió que sí, pero el término es más literario. Lo que dejó bien claro es que un mal escritor no va a mejorar bebiendo.

 

Entro en el libro y me veo sentado en el porche de una casa aristocrática de La Martinica, oyendo a la excéntrica Madame que describe el autor, tocar el piano rodeada de absortos camaleones: amantes de la música, escarlatas, verdes, espliego. Por eso La Martinica es la única isla del Caribe que no tiene mosquitos. En su lugar abundan las mariposas nocturnas. Y los fantasmas. 

 

El espectro de Capote bailotea por mi cuarto, haciéndome olvidar que tras la ventana se encuentra un patinillo lleno de cucarachas. Me guiña y pienso si no pulularán por el barrio personajes semejantes a los suyos tal como la señora Kelly con sus gatos o una Marilyn, aunque vaya de morena. Lo que no faltan son las autóctonas brujas de pelo huevo hilado y cejas tatuadas, cuchicheando al verme pasar que nunca llegaré a nada.  

 

Mi madre, igual que Mary Sánchez, limpia una media de veinticuatro domicilios distintos entre lunes y sábado. No es cotilla, habla poco, lee lo que puede en el autobús y cuando va al baño. Me ha costado dieciséis años saber que lo hace porque los escritores la sacan de ese asqueroso mundo donde debe mimetizarse con los azulejos del baño para pasar desapercibida. Yo quiero obtener el poder de arrebatársela a la mierda para llevarla a lo más alto. Y en cuerpo y alma con asunción agnóstica bendecida por las mejores editoriales. Seré escritor, y de los buenos, ya lo tengo decidido. 

D. W



 

 

RECURRENCIA

  RECURRENCIA    Cada cierto tiempo acude a mis párpados el mismo sueño. Puede variar algo, pero el escenario es siempre una playa. La encue...