viernes, 24 de marzo de 2023

SUPERVIVENCIA

 SUPERVIVENCIA 

 

Cada primavera me apetece echar a andar,

ponerme unos zapatos viejos y escaparme.

Dirigirme hacia la ciudad fría donde 

la noche devora al sol y pronto

el gentío se amanceba en sus burdeles

sin manchar de gritos y colillas 

mis oídos y las calles.

 

Cada primavera hay un instante 

(revoloteo de golondrinas,

un verdor de alga terrestre 

o una emboscada de azahares)

y me arrepiento de ser triste.

Tiro los zapatos viejos, acomodados al paso,

me calzo sandalias altas, indomésticas, y salgo.

 

Cada primavera, busco la planta con más flores

y la aúpo al alféizar de mi ventana.

D.W




jueves, 9 de marzo de 2023

UN TROZO DE VIDRIO

 UN TROZO DE VIDRIO

Sumergido en agua parece más grande. Un iris verde rodea una pupila negra que jamás se asombrará por nada ni se dejará deslumbrar por el sol. El ojo de cristal es la primera cosa que ella ve al despertarse y cada vez que la desvela el peso de él sobre sí, arremangándole el camisón con rabia para aliviarse en su vientre. Mientras soporta las embestidas que la hunden más en el colchón de lana, el ojo de cristal mira compasivamente; se le antoja que el postizo de su marido se avergüenza de la brutalidad de su dueño.

Una vez oyó a una vecina cotorrear que, aunque una se parta de dolor pariendo, da gloria hacer chiquillos por el gustirrinín, que parece que se derrite el sentío con ese palpitar de la pepitilla como campana llamando a festivo. Ella, que ha parido ya siete veces, nunca sintió tal alboroto en las partes bajas; a la contra, su madre le previno de que eso solo les prevelica a las mujeres de la vida, las que cobran por abrirse de piernas y que si un hombre te dice “anda tonta, que esto es canela” es solo para engatusarte. 

 

Él se había plantado en el pueblo diez años atrás vestido con traje y corbata, quizás algo raídos, pero nadie se fijó en ese detalle pues parecía atuendo de ciudad y síntoma de manejar perraje. Cuando se supo que era el encargado del señorito para parcelar la nueva aldea y que estaba viudo todas las mozas se revolucionaron. El ojo de cristal, tan límpido comparado con el verdadero, le daba aire de soldado heroico. Ella se sorprendió cuando empezó a cortejarla, nunca hubiera pensado que llegaría a tomar estado pues nació renca y poca cosa, aun así, antes de que se diera cuenta estaban casados. 

 

La noche de bodas fue la primera vez que lo vio despojarse de su ojo artificial, resguardándolo en un vaso de agua cubierto por un pañuelo albo. No tuvo repelús, al contrario, le enterneció su semejanza con una canica hasta que, debido a las sombras concebidas entre el quinqué y la oscuridad, el rostro masculino sin la pieza se le infirió luciferino, como si la bondad fuese en él tan de quita y pon como el ojo.

Después de que hubieran consumado el matrimonio ella le preguntó muy bajito el por qué la había elegido para esposa.

El cíclope, tras un silencio en el que la incandescencia de su cigarro rasguñó la negrura de la alcoba, dijo “porque eres fea y coja y de seguro ningún hombre te va a rondar”.

Después, acercándose tanto a ella que salpicó de saliva su cara, la hizo mirarle la cuenca vacía: “lo perdí defendiendo mi honor -dando una chupada al pitillo concluyó- pero más perdieron la infame y su querido”.

Desde entonces sabe que el ojo es lo único bueno del hombre que será para toda la vida su dueño, un disfraz que ante el pueblo y el amo le presta la bonhomía de la que carece.

 

Una madrugada ella se desliza de la cama mientras él ronca. La luna la guía para que no tropiece cuando rodea la cama, agarrada apenas al piecero niquelado, hasta llegar a la mesita de noche del contrario. Mete los dedos en el vaso y saca el ojo apretándolo en el puño con tanta fuerza que nota su propio pulso. Con sigilo sale al zaguán e ignorando la mirada de súplica del vidrio, lo tira al pozo. Le cuesta porque es un objeto puro, pero no tiene más remedio, como cuando desnuca a un conejo para el guiso y ella, pagando el tributo por arrebatar una vida, solo se come las papas. Del ojo se desprende un gemido fugaz al hundirse. Vuelve al lecho, sabedora de que, aunque niegue el hurto le caerá una paliza sin que la salve ni siquiera la nueva vida que le va creciendo dentro; pero él deberá acudir al trabajo mostrando su rostro verdadero, el de asesino, que el parche negro cruzándole la cara acentuará más. Con esa pequeña venganza se dará por satisfecha.

 

* Cuento segundo finalista en el concurso ACREM “Palabras Mayores” 2023



 

domingo, 26 de febrero de 2023

PUTOPERRO

 PUTOPERRO

De mañana no pasa -dice mamá con gesto de asco mientras quita con un manojo de servilletas de papel el regalito perfumado que acaba de dejar Rambo sobre la alfombra.

   —Es que si no lo sacan ¿qué va a hacer el pobre animal? -La abuela defiende al perrillo, un pinscher miniatura de seis meses, llegado a casa esta navidad.

  — Yo ya dije que no podía -dice papá- Quedamos en que eso es tarea del niño.

  —No pretenderás que lo saque a las siete de la mañana con el frío que hace. Además, llegaría tarde al instituto. -El muchacho, metida la cabeza en el móvil, ni se entera de la conversación.

  —Decidido. Mañana temprano lo llevamos a la Protectora. Siendo de raza lo adoptarán de inmediato. Le dejaremos su juguete y el medio paquete de pienso que le queda. Voy a ver a qué hora abren para poder irnos después al centro comercial y ya comemos allí. 

A la abuela se le escapan dos lagrimones que caen sobre las tiesas orejas de Rambo. Este se sacude la cabeza y la mira con dulzura. Últimamente es la única que no lo llama Putoperro.

 

Amanece otra vez el salón lleno de charcos y cacas. Esta vez no las quita mamá sino la mujer que viene a quedarse con la abuela los sábados y domingos para que la familia pueda salir a disfrutar. Una señora mayor impedida y con tantas intolerancias alimentarias no se puede llevar a ningún lado. Mejor se queda en casita, que buenos dineros les cuesta la cuidadora para tenerla como una reina.

La abuela besa por última vez a Rambo que mueve el rabo excitado porque ¡hoy sí! se lo llevan de paseo.

 

El sitio donde se bajan huele a desinfectante y se oyen ladridos. Rambo no se acuerda muy bien, pero él nació en una jaula donde su madre pare una camada tras otra. Sus hermanos a saber a qué familias habrán ido a parar. 

Mamá pone al perro en brazos de una señora con guantes de goma que lo lleva directamente a un chenil. Le deja su juguete, pero no su cama. No están permitidas -aclara.

 

Cuando se alejan por la carretera abajo, el chico levanta los ojos del móvil y ve el letrero ZOOSANITARIO, él no ha bajado siquiera del coche.

  —¿No lo ibas a dejar en la Protectora?

  —No había sitio… se ve que los regalos de Navidad están siendo devueltos - ríe mamá.

 

Rambo ladra hasta enronquecer. Después se va a una esquina y lloriquea. La puerta se abre y entra un bodeguero que le quita el juguete con un gruñido. Rambo se orina encima de miedo. Oye decir a la señora de fuera que aún caben otros dos más y que “ese” no tiene nombre porque es callejero. Escribe en la etiqueta “macho /entrada febrero 23” aunque da igual - puntualiza- aquí son todos Putoperro.

 

 


 

jueves, 26 de enero de 2023

PALOMAS TRUNCADAS

  PALOMAS TRUNCADAS 

 

 Una mas. Dos más.

La macabra suma medra

porque hay contables malditos

cebando la columna del haber

con trazos de sangre,

¡nuestra sangre! 

derrochada como si fuese suya.

Solo el más cobarde de los estultos 

escupe sobre quienes dijo amar.

La sangre y la sangre de esa sangre

empapan los velos de la Justicia,

ciega ante el holocausto de palomas.

Basta ya, no queremos mártires,

sino que se inscriban, en la columna del debe 

y con esa misma sangre,

los nombres de los asesinos.

D. W

 

Queridos Vicky y José, vuestro dolor es el de todos. 




jueves, 5 de enero de 2023

EL DESEO DE UN NIÑO

  EL DESEO DE UN NIÑO  

 

   —¡Madre, pongamos el Nacimiento!

  — Hijo, el árbol es más lucido, con sus brillos.

  — Pero no hay pastores ni borreguitos. Ni asoman los Reyes Magos tras la loma y el cortijo.

   —Pero tiene bolas de colores, espumillón y un pirulí pinturero en lo alto. 

   — Prefiero un portalillo hecho con caja de zapatos. Pegarle papel de estraza y nevarlo con la harina que sobre de hacer el engrudo.

  —Podemos comprarlo, será más bonito.

   —No mamá, quiero un belén con nubes de algodón en rama y río de papel plateado.

  — ¡Menudo capricho!

  — Y que papá y tú me ayudéis a montarlo. 

   — Hijo, no tenemos mucho sitio.

  —Ahí, en la cómoda. Si quitas todas las medicinas que ya no me hacen nada, cabrá.

La madre, por cambiar de asunto, saca el de los regalos. 

  —¿Has escrito ya la carta con lo que quieres?

El chico, que es muy listo, le responde la pregunta con otra de vuelta.

  —Mamá, ¿por qué a los niños pobres nos traen menos cosas qué a los niños ricos?, ¿es que los pobres somos malos?

  —¡Valiente barbaridad!, ¿de dónde has sacado esa idea? Será que los más favorecidos viven en barrios céntricos. Llegan primero a sus casas y sueltan los juguetes más pesados. Después, en los barrios, pues dejan los menudos.

  —¡Vaya chapuza!

  —¡Cómo te oigan decir más pamplinas, te van a traer carbón!

Doblando con cuidado el tebeo que está leyendo, la mira con ojos de adulto. La febrícula, tozuda como una garrapata, no lo deja desde hace meses, y parece que este sufrimiento le ha otorgado el don del raciocinio.

  —No, mamá. En el hospital me enteré de la verdad oyendo cuchicheos de los críos grandes. Y bastante habéis gastado ya en remedios. Además, lo que pido no cuesta dinero.

  —¿Y que quieres tú, vida mía? -La madre se muerde por dentro los carrillos, se pellizca el dorso de las manos.

  —Que al Fede le den permiso en la mili para nochebuena, que la gata morisca se amanse y entre en la casa y poner el nacimiento. 

Echándose por encima el abrigo, la madre se levanta: pues ahora mismito voy al huerto a por musgo y a pedirle serrín al carpintero. Y dándole un beso en la frente que le quema los labios, sale corriendo a cumplir su deseo.

Mientras, el niño se afana en hacerle el rabo a la Estrella de Oriente recortandocon las tijerillas de uñas, la brillosa portada del tebeo.

D. W

 



 

 

 

 

 

 

jueves, 22 de diciembre de 2022

LA ONZA (1944)

 LA ONZA (1944)

 

Los sabañones acuden cada invierno a su cita con Chelito, abultando sus dedos adolescentes. Se da unturas con aceite frito para aplacar el picor como de aguijón de avispa y evita rascarse para no empeorarlos. Al menos para esto le viene bien tener las uñas recomidas por el asperón y el esparto con los que vuelve en luz los fogones. Ser pincha de cocina es un trabajo duro, pero el sueldecillo arrimado al de su padre hace avío. Con quince años y siendo la mayor de cinco hermanos no le queda otra que apencar. Si se esfuerza y fija bien en cómo hace de comer la Lola, lo mismo la ponen de ayudanta. Mientras, toca aguantar sin poner mala cara a la pila de platos que medran y ollas que parecen pozos, tan hondas que debe subirse en un taburete para escamondar el fondo.

 

Lola, la cocinera, se porta bien con ella porque la ve endeble. Cuida que coma en condiciones apartándole la primera, que es el plato donde va más pringue, enternecida por su esfuerzo y mansedumbre. 

 “Te he guardado cocretas”-y le guiña un ojo. Siempre tuvo la costumbre de sisar cosillas para sí y ahora se las cede a ella. “Comételas hija, que yo ya estoy bien retotoyúa”. El instinto maternal que no pudo desplegar con los propios vástagos lo condensa en la joven pincha, brote tierno que no quiere ver tronchar. Los camareros y demás personal masculino la perciben como presa fácil y se meten a la mínima oportunidad con la joven que se aturrulla, poniéndosele la cara color salsa de tomate.

   —Chelito, ¿ha encontráo ya la pulga?

   —¡Cusha, a la niña ni mirarla!

   —¡Digooo... si era de broma!

   —Bromauro os voy a echar yo en la achicoria -amenaza la Lola, blandiendo un cucharón donde cabría un navío.

 

En pascuas la tarea es mayor, pero libran en Nochebuena y Navidad; nadie decente come fuera de su casa esos días.

   —Chelito, ¿te vienes al Alkazar?, vamos todas.

A la mocita le hace ilusión. Poquísimas veces fue al cine; entre la guerra, la miseria y el trabajo no ha vivido.

Su madre da permiso y le presta su abrigo, vuelto ya por la modista del barrio y con el lustre perdido, pero con la facultad de seguir calentando. Chelito se recoge el flequillo con horquillas, abombándolo sobre la frente en ese peinado que está de moda y al que llaman “Arriba España”. Se rocía de extranjis con una peseta de la colonia a la que dicen revedó, aunque en el tarro ponga “Rēve d’or” y que su madre guarda al fondo del ropero. Para que no se dé cuenta del robo dada la elocuencia del aroma, se despide de la familia lanzándoles un beso desde la puerta. Los hermanos aplauden: “¡Qué guapa , Chelito!”

 

En la puerta del cine la esperan las compañeras muy peripuestas, no en vano el Alkazar está en Liborio García, una bocacalle de Marqués de Larios, la hermosa avenida de Málaga por donde pasea domingos y festivos, de arriba abajo y de abajo arriba, toda la ciudad.

Llega la Lola embutida en un abrigo de paño granate que conserva su brillo, a saber de qué le luce tanto el pelo. Se la ve mujer de mundo porque habla con tóas las letras como la gente fina, y maneja parné, pero de dónde lo saque es asunto de ella. Obsequiosa, con la solemnidad de una matrona romana, reparte onzas de chocolate, del de verdad no del de algarrobas. 

   —¡Vamos, muchachas, a endulzarse el pico!

Bizquean todas ante los paquetitos plateados que huelen a merienda de ricachones.

Chelito rompe apenas una esquina del papel, mordiendo la golosina. El dulzor de seda negra le arranca lágrimas y a poco, unos remordimientos que arruinan la experiencia. Piensa en sus hermanos, que jamás lo han catado, y no puede seguir saboreándolo.

Aunque le parece que traiciona a la Lola se lo guarda en el bolsillo. Haciendo un esfuerzo porque no sabe fingir, pregunta a la pandilla si tiene churretes en las comisuras de los labios, aparentando haberlo devoradocon gula voraz. “¡Qué agoniosa, chiquilla!” -ríen.

 

Las películas de amor y lujo le prevelican, a ella y a todo el cine que aplaude rompiéndose las manos. Josita Hernán está guapísima con esos trajes hechos por sastras buenas amoldaos a sus hechuras. Además, la cinta solo se ha partido dos veces por lo que los silbidos y taconazos del público fueron pocos, aparte de los cortes de los besos, cuando se oye pasar sobre las butacas una ola mansa de suspiros

 

Salen del cine con los ojos brillantes. La Lola acompaña a Chelito hasta Puerta Nueva y la despide con dos besos. “Venga, tira ligera para tu casa”El frío arrecia sobre el Puente de la Aurora y la callejuela del convento, donde el aire siempre revolotea repartiendo pulmonías. Allí, apoyado en la reja de una casona en ruinas, está el Manué, uno de los camareros que la inoportunan. 

  —Quieta ahí, perejí -le dice dando la última chupada al cigarrillo y tirándolo al suelo, catapultándolo entre el pulgar y el índice.

La chica parece una liebre deslumbrada por el foco de un coche. La verdad es que el muchacho le hace tilín, pero como dice la Lola y su madre que tós los hombres son unos sinvergüenzas…

  —Tú no te libras hoy del beso -y la abraza. Chelito nunca ha estado tan cerca de nadie. El Manué mueve los labios sobre los suyos transmitiéndoles calor. La lengua choca contra sus dientes qué, tras una corta lucha, acaban por dejarla pasar. El mozo sabe a lo que huelen los guisos que llevan vino. Y a ella le gusta.

Los asustan dos gatos que pasan envueltos en chillidos de celo y se separan. Ella se lleva las manos a la cara, avergonzada. Corre hacia su casa, rezando para que las luces del atardecer y el frío hayan echado sombras sobre el episodio. Él se ríe, viendo cómo va alejándose dando traspiés por las piernas flojas. 

 

Da Chelito los toques acordados en la puerta calle y le abre la vecina que la oye primero. La chica entra y sube las escaleras antes de que la mujer llegue a cerrar, “¡Niña, pos sí que vienes arrecía, estás colorá!

 

No más entrar, los hermanillos se le cuelgan del cuello besándola y pidiéndole que les cuente la película. Ella, aún temblorosa, mete la mano en el bolsillo del abrigo, “os traigo un regalito” -dice- pero el chocolate se ha convertido en una almáciga de horquillas, pelusas y papel de orillo

 

La madre rezonga mientras intenta limpiar la plasta del forro, “¡a quien se le ocurre, hía! La onza  derretío con el calorcillo del cine.  

Chelo se pone a llorar avergonzada, segura de que el desastre lo ha provocado el ardor de corresponder al beso.

D. W 

 



 

 

jueves, 15 de diciembre de 2022

CANON

 CANON 

 

Pues voy yo y me quedo prendada de un sostén de encaje verde sirena que se abrocha por delante y tiene una espalda de ensueño. Tres tiras de flores de guipur bajan desde la nuca hasta debajo de los omoplatos. 

Entro en la tienda virtual y no hay de mi talla porque solo fabrican “medidas estándar”. Con la de féminas operadas que hay me extraña que mis naturales 100C no entren en esa categoría. Les voy a poner una reclamación. Que se preparen estos cretinos de TTA-Bra.

 

En la tienda “física” (corsetería se llamaba antes) pido hablar con la responsable, que resulta ser un hombre. Eso me disgusta. Un vendedor debe haber probado su producto o al menos ser como era el mercero de mi barrio (antes de que en los barrios desaparecieran las tiendas), capaz de averiguar las tallas con una ojeada. Tenía esa gracia quizá por ser el menor de cinco hermanas y mariquita. Todas las mujeres en tres kilómetros a la redonda aullamos de pena cuando se jubiló.

Pero este huele a heterosexual. Me mira con displicencia y deja que mis palabras se estrellen contra el suelo como una colilla. Le falta pisarlas. Dejándome ver su ancha espalda cubierta por una camisa sin una arruga, se aleja, diciéndome que va a llamar a la encargada.

 

Esta vez si me atiende alguien de mi género. Una mujer espectacular, una “ADA: siliconADA, boxtomizADA y rellenADA. Le cuento mi enfado por la falta de tallas y me responde:

   —Estimada clienta: lamentamos no satisfacer su demanda, pero tenemos a su disposición docenas de diseños adecuados a su edad y peso.

 ¿Mi edad y mi peso? ¡quiero ese sostén así me salgan las chichas entre los guipures! - digo para mí mientras la fulmino a metrallazos de pupila.

  —Los modelos en tul no son factibles en tallas superiores pues no cumplirían su función al menos que se refuercen, cosa que les restaría el glamour del que somos referentes.

  —Hay puentes que pesan toneladas sostenidos por cables y ustedes, que se autoproclaman profesionales de la lencería ¿no son capaces de levantar dos pechos?

 

La ADA abre y cierra los ojos confundida. Se le enredan las pestañas de arriba con las de abajo. Se le va menguando la voz al contestarme: estimada clienta lamentamos…amos…amos…

Acude apurado el responsable y ante mi estupor, propina a su encargada un puñetazo en el estómago. Yo voy a gritar cuando el hombre me dice:

  —Usted perdonará, es un prototipo en pruebas y aún se encasquilla. -la desenrosca por la cintura y con cada mitad del cuerpo bajo sendos sobacos se pierde tras una cortina cercana a los probadores.

Salgo de la tienda andando hacia atrás percibiendo, amortiguado por el hilo musical, el siseo del motor de las demás dependientas

D. W

 



 

 

 

 

SUPERVIVENCIA

  SUPERVIVENCIA    Cada primavera me apetece echar a andar, ponerme unos zapatos viejos y escaparme. Dirigirme hacia la ciudad fría donde  l...