martes, 30 de junio de 2020

PLATOS

PLATOS 
Cuando naces con la maldición de ser ordenada un lavavajillas te parece el súmmum de la perfección. 
Arriba tiene un cajón estrecho y compartimentado milimetricamente para disponer la cubertería sin que se despeine al pasar por el agua.
En medio se ponen los cacillos, cuencos y fuentes y abajo los platos de mayor a menor: llano, sopero y postre. Tras ellos la olla grande o la sartén.
Mirándolo tan bien dispuesto se asemeja a un joyero; le doy al botón y su run run me acompasa la sobremesa sin alterarme.
La lumbre viene de un cristal mágico que se limpia con un paño y cold creme para hornillas, nada que ver con los quemadores ennegrecidos que me mandaban escamondar cuando niña con asperón y limón hasta volverlos oro.
Aún lavo a mano algunas piezas delicadas como la vajilla de mi abuela o las copas buenas, excepción merecen.
Recoger la cocina cuatro veces al día diluye el carácter aunque espero desde hace años que salga a la venta un robot igualito que “el hombre bicentenario” para endiñarle las labores del hogar mientras yo hilvano historias o me rasco.
Pérfida monotonía.
D. W.  (“Lo cotidiano”)


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