viernes, 6 de agosto de 2021

UNA MUJER DE ORDEN

 UNA MUJER DE ORDEN

“¡Maldita sea, este armario es una porquería!”

El exabrupto lo pareció más a las seis menos veinticinco de la madrugada. Matilde abrió los ojos, deslumbrada por la luz que salía del pequeño vestidor. Su marido peleaba con la barra donde colgaban los pantalones y los clic, clic, clic del pasar de las perchas sonaban como disparos.    

    —¡Aquí es imposible encontrar nada!

    —Pero ¿qué buscas? -silabeó Matilde ya despabilada.

    —¡Los de verano, los de verano, que no los veo!

La mujer se levantó, apartando al hombre a un lado. Le bastaron dos segundos para emerger con seis pares de lo solicitado.

   — Aquí los tienes. Estaban en el fondo porque aún no me ha dado tiempo de terminar el cambio por estación.

  —¡Anda que menudo vestidor!

   —¿Es que pretendes que el ropero sea una Siri con manos? no tiene truco, solo consiste en poner las prendas que no se van a usar en meses detrás de las que te pones ahora. 

   —Eso siempre lo has hecho tú.

   —Ese es el problema.

Él siguió rezongando conque la distribución era pésima.

  —Deja, ya que me has despertado voy a ordenarlo ahora. 

La pieza era diminuta, una esquina robada al dormitorio y cuatro baldosas al baño. Durante meses ella diseñó al milímetro el vestidor, con zonas para que todo permaneciera bien clasificado. El que su vida, sentimientos y necesidades estuviesen más enredadas que un ovillo entre las uñas de un gato no era óbice para que lo demás, lo visible, no se mantuviera en la correcta disposición. 

El caso era que la impericia de su marido en cuestiones caseras la había hecho empezar el día dos horas antes, quitándoselas al sueño. Ya que estaba enfrascada en desechar, doblar, desdoblar, colgar y descolgar prendas preguntó a su pareja:

   —Raul, ¿que hago hoy para almorzar?

   — ¡Yo que sé… cualquier cosa!

   —Gazpacho.

   —¿Otra vez?

   —Pues dime.

   —¡Lo que te parezca!

   —¿Vichyssoise?

   — ¡Hija, es que siempre haces lo mismo!

   —Pues gazpacho, ea.

   —¿Para que me preguntas entonces?

Matilde, arrojando sobre la cama un montón de vestidos que hacía años que no se ponía, insistió: “dime que te apetece, estoy cansada de repensar menús y…”

Un portazo fue la contestación. El cretino se había ido sin despedirse siquiera.

 

A los cuarenta y cuatro le dio por pensar que ya era una señora mayor y decidió vestirse como lo había hecho su madre, perfecta ama de casa que nunca estuvo fuera de lugar: batitas de mucha brega acomodadas a las faenas domesticas, rodillas tapadas, medias mangas, sujetador perenne y estampados discretos.

Sobre todo, amplitud. No quería que se notara ni una sola de las lorzas o flacideces que pensaba que tenía. Le parecía obsceno enseñar carne ajada.

Esa mañana estaba decidida a meter en las bolsas para beneficencia la ropa de su juventud. Pero el cabreo con el que inició la jornada le produjo un ramalazo de rebeldía que la incitó a probárselos. 

Ni tan mal. Algunos un poco estrechos, pero eso tenía solución con algo de dieta. Y los escotados podía usarlos con cazoletas invisibles que subirían sus pechos y enrasarían sus pezones, esos garbanzos pecaminosos cuya insinuación en la vestimenta molestaban tanto a Raul que incluso una vez le rompió una blusa.

“Así no viste una mujer de orden” dijo. 

Cuando se dio cuenta de que la miraba desde el espejo una Matilde mucho más joven sonrió y volvió a meterlos en las perchas.

Ese día fue a la peluquería sin cita y dijo que no le importaba esperar. No se alisó el pelo, sino que pidió un cardado. El peluquero alucinó: “¿está segura?”, “no, pero hazlo”.

 

Raul encontró la mesa puesta con la corrección de siempre. Matilde le pareció distinta o sería por el hambre.

Sorbió el gazpacho que le supo raro. De segundo hubo fiambre.

  —¿Como que hoy no has guisado?

  —Arreglar el ropero me ha llevado todo el tiempo.

El marido la miró, dándose cuenta de que vestía una camiseta clara y muy ajustada. 

  —No salgas así a la calle. Te marca los pezones y a tu edad está feo, por cierto ¿no te has peinado?

A Matilde, de la risa, se le fue el gazpacho (de bote) por el otro lado, espurreándolo sobre el austero mantel blanco.

  —¡Ay, Raulito, acostúmbrate!, de acá en adelante seré una mujer de desorden

D.W

 


 

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