sábado, 25 de abril de 2020

TITA CONCHA

TITA CONCHA  (1960)
Nadie la vio jamás de trapillo, siempre correcta de la cabeza a los pies. Prueba de ello da una anécdota familiar que cuenta como al ponerse de parto una de sus sobrinas estando solas las dos, no arrancaron al hospital hasta que no calzó sus mitones y el sombrero, por más que la parturienta diera alaridos de fiera.
“Lo primero es lo primero” dicen que dijo, “no voy a salir a la calle echando faltas”.
A caballo entre dos provincias desde que enviudara siempre viajaba con dos baúles, tres maletas y dos bolsos. Lo indispensable para pasar un mes. 
Tenía un lustroso abrigo de astracán negro que la hacía más gruesa aún de lo que era. Escalofrío da pensar la de nonatos corderos que llevaba encima. En invierno usaba manguito aún en plenos años cincuenta. 
Está claro que la trajeron al mundo equivocándose de época.
Tuvo un solo hijo . Niño de sus ojos, educado exquisitamente en los mejores colegios.
Tirando a rojo le salió a pesar de las ínfulas aristocráticas de su madre. Pensaba libremente, pedía pan y libros para el pueblo.
Murió, según le dijeron, de tifus, encerrado en una cárcel miserable.
Dejó novia que le lloró como viuda y que al cabo se rehizo.
Convirtió su habitación en un oratorio lleno de santos, altares, flores de plexiglás y puntillas, justo lo que él combatió pero así aliviaba su alma. Culpable se sentía de haber criado al niño tan suelto.
Ya muy mayor, casi ciega por la diabetes e impedida se fue a vivir con un hermano y su familia. Amontonados quedaron los santos y los recuerdos en un húmedo cuartillo de la casa.
Murió poco después y los sobrinos se repartieron como buitres los despojos. 
La buena vajilla, las colchas adamascadas, alguna alhaja. 
Nadie quiso los papeles del muerto.
Años después una sobrina preparando boda encontró su diario. Lo leyeron encontrándolo tan subversivo que decidieron esconderlo, les daba cosa quemarlo.
El noviote cuando se enteró, sin ojearlo siquiera, montó en ira y los tachó de imprudentes. En un bidón que tenían por allí los albañiles le prendió fuego. 
Quizá destruyera  a otro Hernández o un Lorca. 
Eso nunca lo sabremos. 
D. W. 
Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 17 de abril de 2020. 


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