jueves, 26 de diciembre de 2019

CIFRAS Y LETRAS GORDAS

CIFRAS Y LETRAS GORDAS  (1985)
“Mire usté señorita, de ninguna manera consiento que eso siga ahí. Me tapa la vista solutamente. Compré este piso porque domina toa la avenida y ahora con el letrero que han colocao SIN MI PERMISO, me veo privá de ver a mi hija ende que sale del coleio hasta que cruza pa cá. Como no lo quite la denuncio”.
La empleada del despacho de lotería se tragaba la perorata  mientras la niña que acompañaba a la quejosa hacía lo propio con una descomunal rebanada de pan con manteca colorá.
“Imposible no ver a esta criatura con ese volumen” pensaba.
“Lleva usted razón” dijo conciliadora “se lo diré a mi jefa. El caso es que preguntaron al portero y dijo que si”.
El mentado había asegurado a los instaladores que “no había  problema”, como se ve sin consultar a la vecina Vigía . 
La dueña mandó quitarlo encontrándose la empresa de marras   cerrada hasta después de Navidad.
Contrató a unos manitas que lo bajaron pero la cuestión era donde dejarlo. Lo entraron en el despacho y a lo largo no cabía, de pie podía resbalar y desgraciar a alguien.
Terminó atravesado de manera que los “ludopáticos” debían acceder a ventanilla saltándolo. 
Lo peor era que la administración, recién abierta, pasaba desapercibida sin luces, disuelta en la inmensidad del descampado con bloques a medio levantar.
Eso sí, con tres bares.
El luminoso, apagado y tendido, parecía un sarcófago. Más de dos metros abatidos por una niña glotona y su mamá. 
No hay enemigo pequeño.
La jefa achuchaba, “¡Tienes que vender como sea!”, menguando  su sueldo a propina.
Solo compraron el portero, los que hacían barra y su familia por ayudarla en el trance. 
Fortuna es caprichosa y allí cagó el primer premio.
La  foto del periódico no le hacía justicia, aplanados sus rasgos por el flashazo pero se veía perfectamente el cartel:
                                        EL GORDO 
                                     VENDIDO AQUÍ 
Se largó la lotera subalterna fundando una papelería con sección de libros y cuentos, saltando de la pecera a un océano alfabético cual sirena de dos piernas.
Encargó un letrero medido exactamente a la fachada y llamó a su tienda “LA VIGÍA”, por supuesto. 
Dela Uvedoble

*Este relato fue publicado por la revista “EL OBSERVADOR” el 20 de diciembre de 2019. 

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