jueves, 20 de abril de 2023

LECTURAS PARA CAMALEONES

  

LECTURAS PARA CAMALEONES 

 

No me había fijado que en casa hubiera tantos libros, siempre los vi sin mirarlos igual que el suelo de linóleo o el calefactor oxidado.

Desde bien chico mi madre Insiste en que los hojee con el señuelo de que huelen bienYo estornudaba y volvía a mis juegos.

Ahora, en mi último año de enseñanza obligatoria y harto de los aburridos listados de lecturas rancias, me atraen gracias a una profesora que habla de los libros igual que si fueran personas interesantes. Nos lee trozos de historias asombrosas y dan ganas de saber en que terminan. 

Hurgo en las baldas del mueble librero, que también posee una puertecita tapando un hueco que se ilumina al abrirla, atiborrado de botellas dejadas a medio terminar por mi padre y delicadas copas que nunca se han usado. 

Escojo para llevar a mi cuarto “Música para camaleones”. Es de Capote, el de “A sangre fría”. Me gustó la película y me flipan esos bichos. Promete.

 

Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio, dice Capote. Mi madre afirma que los escritores nunca son borrachos sino dipsómanos. Lo busqué en el diccionario y quiere decir lo mismo. Me respondió que sí, pero el término es más literario. Lo que dejó bien claro es que un mal escritor no va a mejorar bebiendo.

 

Entro en el libro y me veo sentado en el porche de una casa aristocrática de La Martinica, oyendo a la excéntrica Madame que describe el autor, tocar el piano rodeada de absortos camaleones: amantes de la música, escarlatas, verdes, espliego. Por eso La Martinica es la única isla del Caribe que no tiene mosquitos. En su lugar abundan las mariposas nocturnas. Y los fantasmas. 

 

El espectro de Capote bailotea por mi cuarto, haciéndome olvidar que tras la ventana se encuentra un patinillo lleno de cucarachas. Me guiña y pienso si no pulularán por el barrio personajes semejantes a los suyos tal como la señora Kelly con sus gatos o una Marilyn, aunque vaya de morena. Lo que no faltan son las autóctonas brujas de pelo huevo hilado y cejas tatuadas, cuchicheando al verme pasar que nunca llegaré a nada.  

 

Mi madre, igual que Mary Sánchez, limpia una media de veinticuatro domicilios distintos entre lunes y sábado. No es cotilla, habla poco, lee lo que puede en el autobús y cuando va al baño. Me ha costado dieciséis años saber que lo hace porque los escritores la sacan de ese asqueroso mundo donde debe mimetizarse con los azulejos del baño para pasar desapercibida. Yo quiero obtener el poder de arrebatársela a la mierda para llevarla a lo más alto. Y en cuerpo y alma con asunción agnóstica bendecida por las mejores editoriales. Seré escritor, y de los buenos, ya lo tengo decidido. 

D. W



 

 

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