lunes, 29 de noviembre de 2021

TESITURA

 TESITURA (Felisa y Andrés)

El libro se va hacia atrás como preso de un síncope. Andrés adapta los bifocales y topa con la cara de Felisa a dos palmos de la suya.

   —Mujer, que estaba leyendo.

   —Si, y de lo más ensimismado porque llevo llamándote un rato.

   —Perdona, es que Agota Kristof me enamora, ¿que se te ofrece, cariño?

Desliza el apelativo dulzón para hacerse perdonar.

   —Que digo yo que tenemos que pensar en los regalos de Navidad.

  —Aún estamos a final de noviembre.

   —A veintinueve, por cierto, mañana es tu onomástica: “Bendito mes que empieza con los Santos y acaba en San Andrés” -recita ella con tomillo pedante- algo te caerá, los niños nunca se olvidan.

Andrés rememora la trasera del armario llena de corbatas. Con cinco sobrinos a los que contentar a la vez la empresa no resulta fácil ni barata. De él y Felisa esperan, como titos de posibles y además sin hijos, substanciosos presentes. Aunque cada uno tiene su predilecto decidieron como norma tácita gastar en los obsequios sumas parecidas para que ninguno se sienta inferior o tenga pensamientos cainitas. 

  —Ya sabes que les gustan las cosas buenas y originales.

  —Y a mí Velázquez y no puedo tener uno, aunque mañana sea mi santo.

  —¡No eches balones fuera, Andresito!

Huy, malo, malísimo. Cuando ella emplea el diminutivo se empieza a oler en el ambiente la chamusquina del acero templándose para la batalla. 

Él le arrebata el libro con la intención de seguir leyendo, aunque ha perdido la concentración. 

   —¡Eso, tú escóndete tras la Agotada esa y déjame el muerto!

    —Agotada no: AGOTA, que es húngara.

   —¡Brrrr!, ¡cómo te gusta tener siempre la última palabra!

Andrés calla, aptitud prudente en estos casos, y decide regalar en modo comuna: un lote de juegos de mesa para disfrutar en familia, bien juntitos que es lo importante. ¿O no?, ¡ay que duda le está entrando!

Felisa, más práctica, marca el número de su cuñada y le pregunta sin rodeos que qué quieren para Navidad los niños.

En cuanto a ella ya suspira hasta el borde de la apnea cada vez que ponen en la tele el anuncio de determinado abalorio, mantiene abierto sobre la mesa ratona el catálogo de la joyería y recalca, cuando salen de paseo, lo soso que resulta el abrigo sin un broche. 

 D. W



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