martes, 12 de octubre de 2021

HUIDA

 HUIDA

Te dejas engullir, sin sedantes, por esa mole de mil ojos facultada para traspasar tu cuerpo sin rasgarlo, buscando el desorden de alguna célula, el desnivel de un hueso. A cambio debes quedarte quieta como Lot, inmóvil por desobediencia.

Los auriculares amortiguan el ruido a caldera, asemejándolo a un latido. Te relajas con ese palpitar primigenio; quizá te recuerde la seguridad del saco amniótico.

Dentro no hay gente que hable a gritos, que sonría y abra la boca tan cerca de ti que temas caer por ella y bajar hasta sus tripas. Aquí no te tocarán el hombro ni te palmearán el antebrazo graznando: “¿comprendes?”.

 

Hace unos días, en una de esas fiestas a las que siempre vas obligada, alguien te tomó por diana, ametrallándote con vocablos, como si te arrojaran al rostro las cuentas de un collar roto.

Intentaste huir, dejando tu hipócrita avatar sonriente, volando a otra dimensión donde huele a caramelo de menta y suena la guitarra de tu abuelo. Eres muy pequeña e intentas atrapar las notas como si fueran mariposas y pudieras verlas. No sabes hablar, pero os entendéis. Te ofrece su compañera para que la acaricies y tus deditos se cuelan entre las cuerdas. Él los libera, riendo como un pájaro, y te lleva a ver las palomas, todas con nombre, mensajeras divinas, emplumadas huríes con ajorcas de colores en los tobillos y zureo en el buche.

La voz de tu abuelo se agria contestando a los que amenazan con matarlas a perdigonazos y los gritos te hacen llorar.

 

“¿Comprendes?”. Asientes, pero no soportas la décima palmada empeñada en incrustar la frase en tu piel. Cortocircuitan tus inhabilidades sociales.

 

Dicen que te desmayaste, por eso te castigan metiéndote en el escáner. 

Hoy has conocido de ti lo que hasta ahora estaba en sombras. Te creías incapaz de odiar, y sin embargo odio es lo que sientes antes parlanchines y violentos que ensucian tu espacio destripando palabras.

¿Podrá la tecnología médica captar eso?

D. W

 



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