lunes, 20 de septiembre de 2021

PAPAFRITA

  PAPAFRITA

Termina de pagar en la mercería y al volverse topa con un hombre bajito con pinta de Adán que le corta el paso contándole, compungido, una triste historia.

   —Vera usté, señora, me da vergüenza pedí, pero es que mi mujé... se ha puesto con... lo del mes y no tenemos pá comprar paños. Está la pobre llorando con una toalla entre las piernas, sin poder salir... si usted me pudiera ayudar...

Las empleadas del establecimiento se hacen las lipendis “aquí no vendemos de eso” y siguen a lo suyo.

Él sigue plañendo.

   —Si quiere vamos aquí mismo, al chino, para que vea que no la engaño.

Ella asiente. La caridad enseñada desde niña se antepone a la desconfianza.

Entran en la cueva de Aladino.

   —Dale lo que se lleva mi mujer tó los meses -ordena ufano al empleado. Este hurga en la estantería y pone sobre el mostrador un paquete color rosa. 

El pedigüeño lo toma con avidez, deshaciéndose en elogios, “Dios se lo pague, generosa” seguido de una retahíla que suena a jaculatoria manida. 

La mujer recoge las vueltas quitándose importancia, “nada hombre, entre mujeres debemos ayudarnos” cuando nota una garra húmeda que le aprieta el brazo.

   —Mira, señora -dice tuteándola- ya puestos harme el favó completo, déjame la calderilla pá una cervecita. 

De la súplica el tono pasa al mandato confirmándole que el sinvergüenza la ha timado.

El chino queda expectante pero la tonta agarra las monedas y se encara con el listo, que ya tenía el paquete de compresas bajo el sobaco.

   —Eso sí que no -la voz le tiembla de ira y de miedo, pero compacta el monedero con la mano y enfila hacia la calle lo más erguida que puede, con la certeza de que los apósitos para la mujer inventada serán cambiados por una rubia del tiempo.

 

Ya en casa llora su inocencia.

   —¡Soy una papafrita! -se desahoga con el marido.

   —Por eso me gustas tanto -ríe él.

A la tubércula inconsolable le brotan suspiros.

D. W




 

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