viernes, 13 de agosto de 2021

LA CUADRATURA DEL CÍRCULO

 LA CUADRATURA DEL CÍRCULO 

   —Creo que la casa se mueve, Andrés.

   —¿Como es eso?

   —Porque cada mañana encuentro los cuadros torcidos. TODOS los cuadros y en TODAS las paredes.

    — Mujer, será que los desplazas al pasar el plumero.

    —Lo dudo, no siempre estoy quitando el polvo, tengo más inquietudes, ¿sabes?

   —¡Pues claro que lo sé!, ¿a que viene esa contestación? -casi gritó enfadado, Andrés tenía la piel muy fina- lo he dicho solo por darle una explicación.

Felisa aparcó el asunto. Lo que menos le apetecía era tener bronca al mediodía de una infernal jornada de terral.

 

La despertaron las ganas de orinar, ella siempre dormía como un alcornoque liberado del corcho. Ni el calor de las noches ecuatoriales que estaban sufriendo enturbiaba su romance con Morfeo.

Al volver a la cama se dio cuenta de que Andrés no estaba. No se sorprendió pues, por contra, él sufría de insomnio crónico. Ahora le habían cambiado los somníferos y parecía dormir mejor o eso le había dicho. 

Unos golpecitos la hicieron asomarse al salón. Su hombre deambulaba muy tieso por la habitación, parándose cuando topaba con un tabique. Levantaba el brazo izquierdo (por ser zurdo) y daba un ligero golpe con el dedo índice en la esquina de cada cuadro. Cuando terminaba de desgraciar un paño se iba a otro repitiendo la operación con cualquier objeto que estuviera colgado. 

Al llegar al espejo del recibidor y por estar este anclado con firmeza por dos grandes alcayatas, quedó enrocado. Empujaba y empujaba con el dedo, pero claro está que no conseguía descuadrarlo. 

Entonces Felisa intervino. Lo tomó con suavidad del codo y lo dirigió con mucho tiento al dormitorio. Procuró no despertarlo porque había oído decir que no debe sobresaltarse a los sonámbulos, so pena de que se lleven un susto mortal. Andrés, cuando se notó a la orilla de la cama, se encaramó en ella acurrucándose como un feto y cerrando los ojos. Para sorpresa de Felisa empezó a chuparse el pulgar a la manera de los niños muy chicos. 

“Misterio resuelto” - se dijo ella-

 

Nada le dijo del episodio a su marido ni tan siquiera cuando él empezó a quejarse de escozores y padrastros en el pulgar de la mano izquierda. 

Desde la noche después de descubrir el incidente esperaba a que Andrés empezara su ronda vandálica, le ponía un trapo en la mano y lo dejaba ir. Así en vez de torcer los cuadros les quitaba el polvo, además con una meticulosidad sorprendente estando traspuesto.

 

   —¿Ves como ya no amanecen los cuadros doblados, mujer? -comentó él mientras desayunaban.

  —Es verdad, sería mala apreciación mía.

  — ¡Pues claro, Felisa!, tú y tus cosas, que a veces parece que estés dormida.

D. W



 

 

 

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