viernes, 18 de junio de 2021

EL PANDA ROJO

 EL PANDA ROJO

Apenaba ver al cochecito luchando por no quedarse enterrado en la arena de aquella cala escondida. Sus dueños creyeron buena idea hacerlo trotar 100 km para llegar hasta ella, mejor dicho, se lo pareció al conductor. Sabía que la playa era nudista, aunque este nimio detalle lo había ocultado a su mujer y a sus cuatro hijas tentando a la suerte con una política de hechos consumados. No le sirvió la estrategia, nada más asomar la primera Eva a su señora se le avinagró tanto la cara que ordenó: 

“A la playa de siempre, Niceforo, que aquí ya está tó visto”.

Volvieron al utilitario que obraba el milagro de acogerlos a pesar de lo excesivo, pero tanta arroba de carne lo rindió en el blando suelo, obligando a los domingueros a evacuarlo arrastrándose sobre sus morbideces de leones marinos.

La madre piaba, culpando al padre concupiscente por haberlas hecho encallar y la prole lloriqueaba quejumbrosa de hambre y calor cuando una aparición celestial, corporeizada en una pareja de extranjeros, se ofreció a remolcarlos.

Sacando de su maletero una maroma la ataron al endeble guardabarros, uniendo los coches con este cordón umbilical manumisor.

Rechinaba el panda, rojo por el esfuerzo y escupiendo arena, pero no se movía. El giri ideó poner cartones bajo sus ruedas y así salieron del brete. Las niñas mientras tanto bebían los refrescos que la chica, apiadada de su sed, había puesto a su disposición.

Una vez dadas las gracias con gestos exagerados se largaron. El papá reía sin pudor, vanagloriándose, “no se han dáo cuenta que me he quedáo con la soga. Cuesta una pasta y esos tienen caras de ricos”.

“Di que sí” aprobó su mujer. 

Mientras, los salvadores salían de su primer chapuzón. Arrojándose felices sobre las esterillas se dieron un beso de sal, contentos por haber hecho la buena obra del día. La mujer abrió la nevera para celebrarlo, hallando todas las botellas exangües.

 

Los del Panda pararon en una gasolinera a mear tanto líquido y a comprar melones. Vueltas a bordo las cinco Boteros esperaban al jefe, entretenido mirando revistas verdusconas camufladas entre las hojas de un diario deportivo.

Antes de subir la matriarca le gritó: “Nice, ¿hará falta echar gasolina?” Este, ufano, desenroscó el tapón alumbrando el deposito con el mechero.

Diez puños golpearon las ventanillas. Cinco hocicos se abrieron en forma de O mayúscula.

Se oía la explosión en la playa nudista justo en el momento en el que los samaritanos se apercibían del robo de la maroma y exclamaban:

 “¡Bastardos, así reventéis!”

D. W

*Publicado en “El Observador” el 17 de junio de 2021



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