miércoles, 13 de enero de 2021

EN EL HIPEL

EN EL HIPEL 

Confieso que he picado. Compro en los chinos como toda hija de vecino de barrio; no tengo datos de los residentes en zonas más lujosas pero intuyo que también. 

Ayer atarragaba en la cola de caja con una grandísima colchoneta y dos mordedores de hilo para mis perros. También con bandejitas cuadradas y largas para aperitivos. No estaban previstas pero cayeron. 

Delante de mí un hombre muy alto manoseaba las tentaciones inútiles que suelen rodear la caja de todo super que se precie, mayormente cosillas que engatusan a los críos y las madres compramos para no oírlos. Me dio la impresión que disimulaba.

Me asomé para ver si llevaba muchas cosas y sopesar si cambiarme de fila pero solo portaba un artículo.

El dependiente lo alzo para buscar y quitar la alarma, quedando expuesto a la vista de todos.

Se trataba de un buzo, el pijama enterizo que usan los bebés, pero en versión adulta, oriental y erótica. Una fina malla diseñada por alguna araña ebria de baijiu y cosida en quien sabe qué sótano. Nudos de hebras con agujeros estratégicos programada para durar un solo asalto.

Cutre a más no poder.

El tipo acomodó bajo el sobaco su botín camuflado en una vulgar bolsa blanca. Como regalo entre amantes es divertido aunque poniendo en contacto esos tejidos y tintes en tan íntima zona no sé yo si al final terminarán ambos rascándose.

Tal vez su compañera o compañero sea ocasional y no le merezca mayor inversión. Tinder y aparte.

De todas formas se estiró poco. No digo yo que se metiera a comprar en “La Perla”, donde las dependientas van con guantes blancos para no dañar las prendas y unas bragas cuestan la mitad de un alquiler, pero un presente amoroso se merece cierto ritual. 

No vi su cara pero advertí mientras se alejaba que tenia las piernas muy largas.

Así que el “buzo” le sentará divinamente.


D. W



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