lunes, 21 de septiembre de 2020

DESAHOGO

  DESAHOGO 

Su madre la llamaba “Mimí Por qué” pues no paraba de hacer preguntas, que suerte tener una hija que a los dos años cuestionaba la vida.

Veraneaban en el cortijo de los abuelos donde al mediodía cantaban chicharras y por la noche grillos. Con su nana se dormía la preciosa Mimí Por qué.

Aunque tenía un defectillo, no había manera de que dejara su chupete ya en estado más que lamentable.

Los mayores temían que se deformara los dientes pero cada vez que se lo quitaban le daba una llantera que les encogía el corazón.

La guardesa pensaba que no era para tanto, tras parir trece hijos los dramas infantiles no le impresionaban. 

Jugaba doña Mimí Por qué con los críos de los encargados delatando ser muñequita de ciudad al sorprenderse con la presencia de gallinas y cabras. Mientras ella calzaba sandalias plateadas y vestidos de popelín los demás llevaban cangrejeras y prendas remendadas pero en eso no se fijan los chiquillos. 

O quizás sí.

Un día el llanto de Mimí soliviantó a la familia. Decía entre sollozos: “¡Encanni má quitao el pete!”, la aludida era también  acusada por sus propios hermanillos.

—Encanni, guapa, ¿donde has puesto el chupete?.

Callaba ante las promesas del trueque por caramelos, no habló ni tras los bofetones de su madre.

Voló el papá al pueblo a comprarle a Mimí Por qué un surtido chupetero pero los escupía. Quería únicamente el suyo.

Se organizaron batidas con acicate de recompensa ofrecida por abuelo chocho de nieta única pero no se encontró.

Mimí lloró tres días y dos noches y a la tercera se conformó.

A la Encanni su padre le calentó el culo con la alpargata, “no é normá que una niña grande le quite cosah a otra máh chica y menos siendo la señorita”. Los abuelos de Mimi Por qué eran generosos, les daban ropa que ya no les servía y una propinilla a los chaveas por traerles sarmientos para el brasero. “¡Que mala eres Encanni!”, concluyó su madre.

La pequeña verduga no derramó ni una lágrima. 

Pasado unos días se coló furtivamente en el corral, allí, debajo de los gallinazos y la paja sucia estaba el chupete.

Lo apretó con rabia. Corrió campo a través hasta llegar a los depósitos de agua, ayudándose con las uñas para subir la pendiente.

Estuvo largo rato sentada hasta recuperar el resuello. Luego se asomó a la inmensa cuba y lo arrojó dentro con todas sus fuerzas. 

Quedó flotando en el agua negra de sombras. 

D. W 

*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 18 de septiembre de 2020



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