martes, 28 de abril de 2020

LLUVIAS MIL

LLUVIAS MIL
Este año, aunque cabrón, cumplimenta los refranes. Para que hermosee mayo fue abril pródigo en aguas, transparente esencia de la vida que a los urbanitas nos fastidia un tanto.
El encierro ha librado a muchos de llegar al trabajo como el pescao del chiste que “bá calao” pero en las casas brotan humedades y goteras y no se puede llamar a un albañil que las restañe.
Tenía yo cierta vecina descuidada que un día me mostró los destrozos de una tormenta descargada semanas atrás.
_”¡Mira, hasta los cajones se me llenaron de agua!”, dijo tirando de uno que salió como la bandeja del “baño María”.  
En él flotaban los wonderbras adornados ya por algún moho. No vi coquinas en las bragas por ser especie desgraciadamente extinta.
_”No lo he vaciado para que lo vea el del seguro”, dijo. 
Yo pensé, “ni que fuese a venir Santo Tomás, hija” pero callé, cuando voy puesta de valeriana soy muy prudente.
Desde entonces me refiero a ella como “la Sirenita”.
A mi una vez se me cayó el falso techo de la cocina ablandado por las lluvias. A la lumbre tenía unas papas con habichuelas verdes enriquecidas con lascas de escayola. A falta de casco entré para apagar el gas con un cojín del sofá en la cabeza.
Los del seguro me creyeron aún llegando un mes después. La cocina, seca ya aunque con techo de estalactitas, me respaldó.
Ahora, en medio de una pandemia es misión imposible encontrar un manitas. Por eso buscó Dios a su hijo un padre putativo carpintero.
Benditos los bricoladores, de ellos será las llaves de Allen. 
D. W. 


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