lunes, 11 de marzo de 2024

11M (M de Muerte)

 11 M (M de Muerte)

 

Veinte años no es nada dice Gardel en un tango que, al igual que él, siempre estará vivo. Son tan nada que creo fue ayer cuando yo era una madre joven con dos niños pequeños, angustiada porque empezaba a entrar en una época feroz que duraría los siguientes ocho años y no sabía cómo, no ya superarla, sino soportarla. Corría el mes de marzo de 2004 y mi médico me recomendó asistir a terapia junto a otras mujeres inmersas en la misma batalla. Allí compartimos trucos para sobrellevar los esfuerzos cotidianos que nos dejaban exhaustas. 

Recuerdo la mañana del jueves 11 de marzo con asombrosa exactitud. Cuando nos vimos todas las caras, sentadas formando un círculo como solíamos, nos echamos a llorar. Incluso quien dirigía el grupo. Todas éramos madres, todas éramos hijas, esposas, abuelas. Todas nosotras, a pesar de contar con escasas fuerzas, las unimos para orar (cada una a su manera, yo a la mía agnóstica) por las vidas inocentes cercenadas por la sinrazón.

Aquella matanza llegó a cambiar el resultado de unas elecciones. Políticos de todo pelaje se acusaban mutuamente de ella. Luto oficial. Centenares de tertulias en las televisiones, casi felices de tener algo morboso para contar y recontar: Diez bombas habían explotado al unísono en cuatro trenes de cercanías que circulaban en dirección a la madrileña estación de Atocha. Escondida en mochilas iguales a las que portaban estudiantes y trabajadores, usuarios mayoritarios a esa hora del tren, viajaba la muerte de 192 personas y las heridas de casi 2000 de las que muchas no han llegado a recuperarse. De las psíquicas, ninguna ha podido.

Recuerdo la entrevista a la madre de un muchacho fallecido. Pedía por favor, que no se olvidara este horrible atentado que dentro de cinco o diez años se siga recordando. Después de dos décadas así se hace cada 11M, numerónimo con el que se bautizó. Hay erigido, en las cercanías de la estación, un monumento a las víctimas que suele lucir descuidado. No se olvida, claro que no, fue el mayor y más terrible atentado perpetrado en España, pero el tiempo, al igual que hace el agua al redondear los cantos de las piedras, lo va transformando en una triste efemérides. 

La vida siguió, excepto para los muertos y sus familias que despidieron una mañana a sus seres amados sin saber que no volverían a verlos jamás. 

En mi historia personal este atentado es indeleble. Me enseñó la vulnerabilidad, lo efímero de la existencia. Desde entonces fui consciente de dos cosas: que existe el MAL absoluto y que se puede sobreponer el dolor ajeno al propio por muy mal que una esté. Cada once de marzo recuerdo cómo fui capaz de tomar vuelo después de tocar fondo, con ayuda de muy pocos y pese a la incomprensión de los que más debieron apoyarme. Por eso no suele desilusionarme nadie ya que de nadie espero nada y no creo en halagos sino en hechos. Y agradezco la suerte de estar viva y curtida, pero con la sensibilidad suficiente para seguir llorando a los que nos arrebataron.

D. W




 

 

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