martes, 20 de abril de 2021

¡ENFERMERA!

 ¡ENFERMERA!

Con la mirada desguarnecida, sujeto el pelo con una venda ribeteada de rojo, ponía los termómetros una docena de veces en cada turno, agitándolos con furia de Hidra.

Llevaba las pastillas revueltas en los bolsillos, fuera de los blísters y se pegaban a sus dedos, sacudiéndolas en el embozo de los atónitos pacientes. La administración era ad lib y con el gesto hosco de la bruja del cuento.

Durante las guardias nocturnas chancleteaba los pasillos, preguntando a los internados, a las tres de la mañana, si querían tomar algo.  

 —Un vasito de leche - pedían desnortados.

 —No, que estriñe -regañaba.

 —Pues un zumo.

 —Tampoco, que da gases.

 —¿Una manzanilla?, -musitaban temerosos.

 —¡No quedaaa, -saltaba endemoniada- ¡que a todos os ha dado por pedir lo mismo! Y se volvía al Control dejándolos despabilados.

 

Fue por entonces cuando comenzó a guardar las biopsias en el microondas, causando buen susto a quien fuera detrás a calentarse un té.

Sus compañeros, conocedores de que pasaba por una depresión post divorcio, se aliaron para tapar sus exabruptos, esperando mejoría. Pero su razón giraba en bucle.

Estalló un día que acompañaba al médico a pasar consulta. Detalló en el informe que a la paciente debían amputarle ambas piernas cuando solo padecía de juanetes. Mientras la mujer lo aclaraba, la apuntó a los ojos con un bisturí gritándole: “¡A mí no me engañas, lagartona, sé que te ves con mi marido!”. 

El doctor hubo de recordar sus tiempos de judoka para reducirla con una llave mientras la encamada escapaba pasillo arriba, con toda la velocidad que le permitieron sus pies deformes.

 

Aquella tarde la trasladaron, como paciente, al pabellón de psiquiatría. 

 

Ella cree que sigue trabajando; cuenta que encadena los turnos para no echar tanto de menos a su esposo, conferenciante internacional, poseedor de “un cerebro extraordinario”.

Parece otra. Anda limpiando las babas de los demás loquitos con dulzura de hada.

Cuando su hermana va a su piso a recogerle ropa un zumbido le hace pensar que ha instalado una alarma. Buscándola recorre la antesala.

Y encuentra, sobre el aparador holandés y rodeada de moscardones, la cabeza de su cuñado componiendo un bodegón de vanitas.

D. W

Publicado en “El Observador” el 16 de abril de 2021


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