domingo, 24 de enero de 2021

THE BEST

 THE BEST 

Era la mejor de las maestras, era la peor de las maestras. Plena de sabiduría y un punto de locura. Pero yo no supe eso hasta más tarde, mucho más tarde.

A los cinco años comprobé que la letra con sangre no entra sino que la hace repelente; aquella señorita añosa se encargó de convencerme, a base de estamparme los nudillos en la coronilla, de que yo era torpe.

Cada mañana lloraba, agarrándome a las farolas como una borracha precoz después de una noche de farra, calle a calle y desde que salía de mi casa. Gritaba que tenía sed, fingía tos y juraba por Jesusito que mil demonios bailaban en mis tripas pero mi madre, inflexible, me abandonaba en el colegio. Sin embargo, de aquel edificio señorial y decadente, adoraba el patio con una fuente por ombligo donde nadaban peces naranja, a los que regalaba la mitad del bimbollo. 

Monjas y compañeras representaban el infierno para mí. En el sesenta y nueve, España olía a rancio y las aulas también; desconcertaba la presencia de una cría melancólica. Para colmo no había dios, ni representante de él en la tierra, que metiera entre mis trenzas las grafías de las letras.

Mi tía-abuela, conmovida viéndome sufrir, decidió una tarde de octubre enseñarme a leer en viejos cuentos de Calleja. Ella había aprendido, además de casi las cuatro reglas, a coser, bordar y zurcir en una Miga del pueblo; ahí le nació la vocación pedagógica, impropia de la hija de un labrador, una fantasiosa que gastaba su jornalillo en folletines novelescos y romances de ciego.

No se casó; al morir su padre despejó el zaguán, se procuró una mesa camilla e invitó a las vecinas a que sus niñas acudieran, cada una con su silla, a iniciarse en labores de costura tan necesarias para la economía de aquellos tiempos. De paso, les enseñaba la cartilla y a contar, trocando el saber por huevos, harina o algunas monedas. En Andalucía estás fueron las “Escuela de Amigas”, nuestro particular deje o el hambre secular las dejó en “Miga”. Sus titulares no tenían título, excusen la redundancia, ni cobraban del ayuntamiento. Aun siendo inexistentes en los censos, cumplieron el cometido de alfabetizar mínimamente a la mujer en una época en la que se consideraba absurdo escolarizar a las niñas.

Mientras cosían, mi tía-abuela recitaba versos. Jamás levantó la mano a ninguna, respeto y paciencia eran la llave que abría entendederas. Quizá no conociera a Horacio pero aplicaba su método de “enseñar deleitando”.

Conmigo hizo lo mismo, aún la oigo: “Aprende, hija, que sabiendo leer, no te engañan”. Creo que ni tres días pasaron sin que supiera hacerlo.

Ya he dicho que fue la mejor de las maestras, aunque eso lo supe mucho más tarde.

Dela Uvedoble 

#MiMejorMaestro



 

6 comentarios:

  1. Me ha emocionado la historia de tu tía abuela y de las Migas, que yo que soy más vieja que tú no he vivido, porque siempre he vivido en ciudades, pero me imagino a mi hermana Maite, que siempre tuvo vocación de enseñar, en ese papel tan precioso.

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    1. Es auto ficción, quería hacer un homenaje a esas mujeres que fueron a tantas niñas la posibilidad de formación. Dan ternura.

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  2. Y cuanto interes se ponia aprender, para saber no por que te obligan..muy bonito recuerdo.Saludo.

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  3. ¡Mil veces precioso, Dela! ��❤️��

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