lunes, 18 de mayo de 2020

DORA MENGUANTE

DORA MENGUANTE
Llegó por fin el día que la dejaron levantarse tras un mes postrada por el Colorín. La enfermedad se había cebado con Dorita pero a cambio le aumentó la estatura.
“¡Cuanto has crecido!” le dijeron su familia y en el colegio.
Cada vez que le dolían las piernas su abuela le daba friegas con alcohol de romero, era lo único que la aliviaba. El pediatra decía que eran “molestias del crecimiento”, músculos que se expandían causando dolor.
Dorita se quejaba de que para hacerse grande hubiera que padecer tanto sobre todo porque a sus amigas no les pasaba.
Las punzadas se fueron espaciando pero nunca la dejaron. Aunque se daba unturas con el remedio de su abuela ya no surtía efecto y cayó en la cuenta que las sanadoras eran las manos queridas que sabían desmenuzar el dolor.
Desde la madurez cambiaron las tornas y mengua cada vez que sale de un achaque. Ya mide cinco centímetros menos que en su plena juventud, “la columna, que la tienes un poco doblá”,  confirma el médico ladrón de estatura que además le ha recortado los tacones.
Hasta su nombre ha perdido dos letras, Dora va más con su edad.
Otro síntoma de encogimiento son las líneas de expresión. Supone que no se marcan de la noche a la mañana pero ella se las ve de repente cuando usa el espejo lupa para depilarse pelos faciales impertinentes.
Las últimas descubiertas son tres rayitas verticales en el entrecejo. Las primeras fueron los arcos nasolabiales, paréntesis permanentes que le dan una expresión triste. Dicen los tutoriales de belleza que lo mejor para disimularlos es sonreír y  ella cree que es precisamente por eso por lo que le han salido.
Mañana y noche desde que tenía trece años se aplica crema en rostro, cuello y escote para prevenirlos así que se siente estafada. El tiempo es tan insensible como el tatuador de un  campo de exterminio.
Teme que si sigue así, reduciéndose, llegará el día que sus allegados encuentren en su cama solo el camisón.
Y denunciaran su secuestro sin saber que, simplemente, se ha liofilizado.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 8 de mayo de 2020.


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