lunes, 20 de abril de 2020

DESCONTRACTURANDO

DESCONTRACTURANDO
El miedo agarrota los músculos hasta hacernos llorar y ese no hay masajista que lo quite. Por suerte yo tengo amigos sabios que me ayudaron a exorcizarlo mandándome ejercicios y consejos.
Serpentear de espaldas, hacer “el Superman” o restregarme como una osa sobre una pelota de tenis me hace reír además de aliviarme. Parece imposible sentirse mejor solo con el poder de la empatía.
Conozco a quien tiene fobia inexplicable a los masajes, no puede relajarse sintiéndose lugar de trabajo de otro, imagina que pierde su condición de persona para convertirse en adverbio.
“Uno y no más”, me contaba después de su única experiencia.
Tras mucho pensarlo concertó cita con una fisioterapeuta muy reputada y al llegar a la clínica se encontró que la sustituía un bigardo de dos metros. 
“Tierra engúlleme” pensó.
Con voz quebrada preguntó en recepción por ella y le advirtieron que tardaría dos horas en estar disponible. Accedió a la espera por miedo a verse entre las manos del maromo, que parecían dos panes catetos.
No es como ir al médico que te mira solo el trozo de anatomía averiado y a las más veces ni te toca.
Según su pensamiento los masajes están sobrevalorados, son una aberración del consumismo, un pecado burgués.
Me confesó que después del amasado bajó de la camilla temblando por la tensión acumulada, que el sobeteo de desconocidos, aunque sea sacrosantamente administrado le resulta humillante.
_ “¿No serán manías y soberbia?, pregunto en confianza.
_”¡De ninguna manera!, es que soy de lomo indomable aunque no pueda doblarlo”.
D. W.


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