miércoles, 13 de noviembre de 2019

COMO DIOS MANDA

COMO DIOS MANDA  (1977)
Falita nació chacha, condenada a criar a sus tres hermanas mientras su madre fregaba escaleras. Poco pisó la escuela.
Crecieron temiendo al padre, que se lamentaba de no tener varones, “con tanta raja sa cabará cayendo la casa” protestaba, 
añadiendo: “Como me venga una preñá... ¡la mató!”.
Y preñaron todas menos Falita. Dos se casaron de aquella manera, cambiando malo por peor.
La pequeña se lío con un casáo quedando madre soltera, el padre sacó al canalla unas pesetas por silenciar la barriga. 
Viendo el panorama Falita se obsesionó en llegar pura al matrimonio. Quería lucir un vestido blanco bien ceñido, y un ramo de azahar que gritara a voces su honra.
Ennovió con un vecino soldador, buen muchacho aunque ya  apuntaba a un alcoholismo que ella encontraba muy varonil.
Un hombre verdadero bebe y fuma.
Le daba el puntillo por decir pedanterías leídas en Interviú. Se le escapaba la mano pero no para pegarle.
Insistía en tener relaciones prematrimoniales, como se le llamaba entonces al sexo para darle visos de seriedad. Corría 1977, lo hacían todas las parejas menos ellos.
“Hasta después de casaos... ná”. 
Su patrona la aplaudía “haces mu requetebién que luego ... si te he visto no ma acuerdo”. 
Escribió con seudónimo a Elena Francis, escuchando la respuesta como sentencia papal:
“Mi querida Piscis: 
De ninguna manera debes ceder ante los requerimientos de tu novio. Convéncele de que la espera valdrá la pena y que tendrá la dicha de poseer a una mujer que ha sabido guardarse solo para él”.
Asentía Falita en éxtasis, reconocido su tesón. A todo hombre le gusta estrenar esposa. Si por mano del demonio se entregara y no cumpliera quedaría soltera y deshonrá. Antes muerta.
El ardor masculino encontraba resistencia numantina cada vez que en el cine intentaba rozarle un pecho o el muslo. 
Salían de la sala crispados, ignorada la película. La dejaba en su casa y se iba por ahí, de putas o con alguna fresca.
Normal aunque doliera.
La negativa a casarse sin haber intimado la entristecía tanto como al otro le sublevaba su frialdad. Sus salidas se limitaron a tomar gambas y cerveza, ella viéndolo tragar cubatas hasta cocerse.
“Tú tienes la culpa de que me emborrache Falita” le aullaba  mientras se apoyaba en ella para no caerse.
Tras cinco años de tira y afloja la plantó. 
Falita dejó pasar un mes. Metió el anillo grabado por dentro en un sobre, lo esperó en la parada del autobús y se lo tiró a la cara.
No lo recogió “lo compré para ti” dijo. Quedó en el suelo, alguien se costeó unas rayas con él. 
Acabó viviendo con la hermana soltera, como Tata de sobrinos y nietos postizos. El peor colchón, el filete con más nervios, la noche toledana llevaban su nombre. 
Nada le quedó para la vejez, que jamás cotizaron por ella.
Le arreglaron una no contributiva que ni veía, teniendo que mendigar hasta para unas zapatillas.
En su santo le regalaban la peluquería,  “cortito, que le dure” ordenaba su hermanita.
Al atardecer parecía que seguía esperándolo planchando el vestido rosa de listitas burdeos que tanto le gustaba.
Tata Falita se enteró que su novio terminó rezumando ginebra en un sanatorio, completamente solo, y se alegró un poquito. 
Su victoria era haberse sabido guardar. 
Para los gusanos. 
D. W. 


2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Toñi, y a mi me encanta tu cocina, me inspira para veganizar mis platos.

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